Hablando con amigos, conocidos y
saludados sobre la orientación de voto en las próximas elecciones catalanas
percibo una novedad. O, al menos, así me lo parece. Pero antes séame permitido
un breve inciso. Por lo general no pocos de ellos siempre habían votado al
partido con el que coincidían en tal o cual medida. Digamos que era un acto de
adhesión directa hacia el partido. De cada cual al partido. Por supuesto, ese
consenso podía tener diversas explicaciones: ideológicas, políticas o
simplemente personales, históricas o recientes… Digamos, pues, que esa manera
de votar es la convencional. La de toda la vida.
La novedad que percibo va en
otra dirección: van a votar al partido que coincide con ellos. La relación
ahora es al revés: del partido a la persona en cuestión. Es decir, la
naturaleza del voto tiene ahora un itinerario que, por así decirlo, es inverso.
No sé si es extrapolable o no. Y si lo es, hasta dónde. Me limito a señalar una
impresión que se refuerza, más todavía, ante la cuestión independencia sí o no.
Y especialmente he visto que aparece en el sector anti independentista. En
cierta medida es una reacción más o menos similar a la del independentismo: se
vota preferencialmente al partido que tensiona más la cuerda en esa dirección.
En resumidas cuentas,
independencia sí o no es el programa a palo seco. Lo que, en ambos casos,
significa una crisis de proyecto. Porque es sabido que una cosa es el programa
y otra el proyecto, digno de ese nombre. Minimalismo político, tal vez lógico
en esta coyuntura, pero francamente reduccionismo político. O, si se prefiere, cuarto
y mitad de política.
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