Hay que reconocer que Miquel Iceta tiene agallas. No se ha amilanado por los
convencionalismos de las campañas electorales y, de sopetón, ha dicho
textualmente que «estaría de acuerdo con un indulto para los dirigentes presos que
están encarcelados». Así que no es cierto lo que le atribuyen sus adversarios:
«que Iceta daría un indulto». El matiz
es importante. De todas formas lo realmente dicho es excesivamente fuerte para
los estómagos de sus adversarios y, de alguna parte, de su propio partido.
¿No habíamos quedado que una de
las virtudes políticas de un dirigente es
expresar una opinión que se enfrente a lo banalmente sus parciales esperan de
él? Por supuesto, una opinión con punto de vista fundamentado. Iceta ha tenido
cuajo, los redaños suficientes para expresar una idea que, más tarde o más
temprano, la acogerán otros partidos. Más todavía, el candidato socialista ha
sembrado concordia. Plantea en el fondo que algo deberá hacerse que restañe las
heridas y cicatrices que está dejando este procés
tan loquinario. En resumidas cuentas, Iceta hace
y quiere hacer política; la reyerta es para el mostrador de las viejas
tabernas.
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