Leemos en los periódicos que la
comisión del Pacto de Toledo se reunirá la próxima semana. Digo yo que algo relativo a las pensiones va a
tratarse en breve. Naturalmente ese algo no es irrelevante. Por otra parte,
aunque se ha aplazado la reunión con la CEOE, todo indica que podría abrirse también
la negociación pendiente sobre los salarios. En concreto, el sindicalismo
confederal, durante los próximos días, va a encontrarse ante dos frentes de
actuación de gran envergadura: los salarios y las pensiones. La primera
sugerencia, en la que no hace falta insistir demasiado, es que CC.OO. y UGT
mantengan y, si es posible aumenten, los niveles de unidad de acción. La razón
pragmática de la unidad, como hormigón armado de todo ese periodo, debe ser la
regla de oro. Ahora bien, la unidad del sindicalismo confederal, siendo
importante, no basta. No basta, decimos. La unidad debe estar acompañada de un
amplio proceso participativo del conjunto asalariado de todas sus tipologías. Y
en el caso de las pensiones debe concitar un acompañamiento activo de los
pensionistas y jubilados.
Las anteriores negociaciones
sobre pensiones tuvieron una metodología que llamaremos tradicional. Esto es,
se presentaba una plataforma, aprobada en los órganos dirigentes, se negociaba
y su conclusión –firmar o no firmar-- se
acordaba en los mismos órganos dirigentes de CC.OO. y UGT. Era un procedimiento
tradicionalmente democrático, pero no convenientemente participativo, porque
millones de personas quedaban al margen de dicho proceso. La mayoría de ellas
sin haber dado ningún mandato explícito a la marcha de tales negociaciones.
Ahora podemos afirmar que dicho proceder tiene enormes limitaciones, de un
lado; y, de otro lado, dicha tradición está en discusión, al menos como
consecuencia del planteamiento de «repensar el sindicato». Porque dicho
repensar debe concretarse en la vida real del sindicalismo, esto es, en las
relaciones con sus contrapartes. Dijo Toxo
–y lo dijo bien alto y claro— que «no podemos seguir haciendo lo mismo de
siempre para llegar a los mismos resultados de siempre». Una observación: esas
palabras no están siendo acompañadas suficientemente.
No hay que aturrullarse ni
eternizar ese proceso, si se abre, de negociación de las pensiones. Lo
importante, sin embargo, sería «no hacer las cosas como siempre», aunque sea
administrativamente democrático. Por lo que estamos en condiciones de proponer una
forma de proceder razonablemente nueva y, estimo, más eficaz. Es, por otra
parte, una forma ya consolidada en organizaciones sindicales muy cercanas a
nuestro estilo. Pongamos que hablo de la CGIL.
Nuestros amigos italianos
–hablaré del caso concreto de la negociación sobre las pensiones de 2007-- negociaron una plataforma con el gobierno
bajo la presidencia de Romano Prodi. Alcanzaron
un preacuerdo donde se estipulaba que la decisión final sería la que resultara
de un referéndum en el que participarían todos los trabajadores. La CGIL se
empeñó en ello: organizó minuciosamente la consulta, esto es, puso las mesas
electorales en todas las ciudades y todos los requisitos, por ejemplo, las
juntas locales y todo lo que es de rigor en un referéndum. Las palabras del
viejo maestro, Vittorio Foa, se hicieron carne:
«Para que los trabajadores confíen en el sindicato, éste debe confiar en los
trabajadores».
Votaron millones de personas en
los centros de trabajo, en las plazas de las ciudades italianas. No hubo ningún
incidente. En resumidas cuentas, el referéndum no entendido como un fetiche,
sino como un instrumento de participación activa. Tampoco los sindicalistas
italianos hicieron dejación de sus responsabilidades, defendieron el preacuerdo
con el Gobierno en las asambleas y en las plazas, esto es, asumieron sus
prerrogativas como dirigentes de aquel proceso.
Y al final muy mayoritariamente se votó respaldar el preacuerdo. La CGIL
salió fortalecida; también los trabajadores.
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