Cuatro. Han sido cuatro los
cardenales que han puesto su pica en Flandes y en el Vaticano. No están todos
los que son, pero son todos los que están. Da toda la impresión que han tardado
demasiado en quitarse el antifaz, pero ya sabe: las cosas de todos los Palacios
suelen ser lentas, pero bien seguras.
La Banda de los Cuatro escribió
una carta a Francisco pidiéndole
explicaciones por el giro que ha impregnado el Papa al catolicismo así en
material teologal como de usos y costumbres. Ahora bien, ¿esta carta tenía como
único –y, sobre todo, principal--
destinatario a Bergoglio. No, padre.
La carta tiene un claro objetivo: decirle a todos los mitrados de alta y baja
graduación eso de «aquí estamos nosotros». La carta es una contra encíclica.
Por eso –y sólo por eso-- la banda de
los cuatro la ha hecho pública. Esta es la novedad. Como igualmente es novedad
la dogmática de su texto: este cura argentino ha llegado demasiado lejos y, de
seguir así como sospechamos, nos va a dejar a todos al cabo de la calle. Por lo
tanto, aquí estamos nosotros, los custodios de todos los sagrarios de ayer, hoy
y mañana.
La Banda de los Cuatro se dirige,
como ariete de denuncia, contra el Papa y sus seguidores. De momento, mediante
la denuncia y, ya lo iremos viendo, apelando a la organización de todas las
sacristías habidas y por haber. Saben que les ayudará el clima de reaccionarismo
que –de manera asfixiante-- recorre
Europa. Y ahora más con el hombre rubio en la Casa Blanca.
Por el contrario, tengo la
impresión de que Francisco tiene pocas amistades en los sitios estratégicos de
los diversos puentes de mando de las iglesias nacionales. Y tampoco parece que
el catolicismo de base esté movilizado explícitamente a favor de una profunda
renovación de su Iglesia. Es como si, expectantes, se acogieran a la funesta
idea de «esperar y ver», ustedes ya me entienden.
Voces sosegadas aconsejarán que
no es para tanto, que el agua bendita no llegará al río Genil, que pasa por Santa Fe, capital de la Vega de Granada. Pero nosotros,
lo agnósticos, no tenemos la pazguata paciencia
de aquel Job que –por serlo-- las pasó
moradas.
No lo olviden, la banda de los
cuatro y sus franquicias son como aquel Bonifacio VIII que se quitó de en medio aquel alma de cántaro
de Celestino V, un frailecillo a quien sólo apoyaba cuatro y el cabo.
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