Homenaje al maestro Jordi García--Soler
Me inquietan dos cosas: una, los
despidos de periodistas en estos últimos días; se trata de Jordi García—Soler
(Catalunya radio), Ignacio Escolar (SER) y Ester Palomera (La Razón); otra, la falta de
reacción solidaria de sus colegas de profesión. Ya lo pueden bien decir
ustedes: se trata de despidos por motivaciones políticas.
García—Soler ha sido puesto en
la calle por no seguir los cánones soberanistas de la dirección de la radio
pública catalana; Escolar ha comentado reiteradamente la presunta vinculación
de Juan Luis Cebrián, factótum della
città, con la zahúrda de los llamados «papeles de Panamá», y Palomera por su
discrepancia con el flamante comisario honorario, Marhuenda sobre la gestión
política de Rajoy y sus circunstanciados detalles. Hasta donde nosotros sabemos
la oposición al autoritarismo de este poder empresarial ha brillado por su
clamorosa ausencia. Nadie se ha visto concernido, ni a ninguno de los colegas
se le han movido las tripas para pasar a la acción colectiva. Ni siquiera una
humilde recogida de firmas; ni tampoco los clérigos de la cultura, ilustres
escribidores de los medios, han ido de la mano de aquel Julian Benda que les reclamaba un gesto, una «traición» a los
poderosos. De unos poderosos que, en este caso, han aparecido como
indiferenciados: la Terribas, el Cebrián y el Marhuenda.
¿Es el miedo quien paraliza, en
este caso, la solidaridad? ¿es la indiferencia? Por supuesto, algo hay de todo
ello. Sea lo que fuere, dejamos el asunto a los expertos en el asunto del
acollonamiento personal y colectivo. Lo que importa en este caso son las
consecuencias: de las personales podemos decir que se van concretando en una
generalizada autocensura que deja al profesional discapacitado para su función
que va transitando desde la «servidumbre voluntaria», de la que habló La Boétie, a
la esclavitud del espíritu; de las colectivas, o sea, una redacción de
profesionales transfigurados en una manada de borreguillos de alquilada
docilidad (1). Y como remate de lo anterior: a la opinión pública solo se le
traslada, así las cosas, una mandanga con o sin perifollos.
Por cierto, no me resisto a
referirme, aunque brevemente, a esta consideración. No son pocos los medios que
hablan de la crisis de la política, de la crisis de confianza de la ciudadanía
con la política, pero ninguno de ellos habla de la crisis de los medios de
comunicación, de la vinculación de las empresas multimedia a la política y del
contagio que se endosan, recíprocamente, las unas a las otras. De manera que tal vez ha
llegado el momento de recurrir al filósofo de Parapanda, Juan de Dios Calero,
que sentenciaba: «No le compren carbón a quien no esté tiznado». Sea, pues.
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