Primer tranquillo
Joaquím González nos hablaba ayer, en estas
mismas páginas, de la realidad de la Industria 4.0. Y, por decirlo así, llamaba
al sindicalismo a entremeterse en ese paradigma (1). Y, en un momento de
punzante sinceridad, nos interpela con este zarandeo: «Por la historia, sabemos que los sindicatos
no son organizaciones especialmente acostumbradas a abrir los brazos para
recibir la innovación». Ya lo ven ustedes, ni se va por las ramas ni se anda
con chiquitas. Habrá que decir que para eso están las amistades: para no callarse
aquello que sienten, precisamente porque están concernidos hasta el colodrillo,
para no ser aduladores agachados a la hora de señalar limitaciones, para
proponer vías de superación cuando creen detectar rutinas o inercias.
Vamos
a dejar sentado, porque hace falta, la importancia del sindicalismo desde sus
primeros andares hasta nuestros días; vamos a repetir nuevamente su decisiva
acción colectiva a la hora de promover reformas (no pocas de ellas de gran
calado) en el universo de los derechos sociales, en los terrenos del Estado de
bienestar y en la mejora de las condiciones de
trabajo y para el trabajo del
conjunto asalariado. Dicho de manera rotunda: sindicalismo ha sido un potente
sujeto de reformas contra lo que aparecía como algo definitivamente dado. Pero
ello no contradice la observación que nos envía Joaquim González: su histórica
debilidad «para recibir la innovación tecnológica». No sólo en nuestro país,
sino también en los cuatro puntos cardinales donde se producían los cambios.
Tal vez, una explicación piadosa de tales atrasos fuera que la supeditación del
sindicalismo a papá-partido comportara una limitación de su proyecto o,
posiblemente, porque –como todas las cosas en esta vida-- no había llegado, todavía, al grado de madurez biológica para caer en ello, en la mirada y puesta en
marcha de un proyecto de cómo intervenir en esas nuevas capas tectónicas que
aparecían (brusca o gradualmente) en los centros de trabajo. Ahora bien, sea
ello una excusa (o no), lo cierto es que ya pasaron los tiempos de la
subalternidad del sindicalismo hacia quien no era él mismo.
Conviene
aclarar que ese renuencia a intervenir en los cambios que se iban produciendo
llevó al sindicalismo, fatigado por su precariedad de proyecto, a aceptarlos
acríticamente. Así ocurrió, por ejemplo, cuando admitió en mala hora –unas
veces agachado, otras de pie-- el
taylorismo y posteriormente sus diversas franquicias. Bruno
Trentin lo ha puesto de manifiesto en sus escritos. Digamos, pues,
que esta renuencia a intervenir en las mutaciones tecnológicas ha sido nuestro
talón de Aquiles. Es decir, Aquiles--sindicato
en su fortaleza tenía un punto vulnerable.
Debe
quedar meridianamente claro que, cuando hablamos de la necesaria e ineludible
intervención del sindicato en las novedades que aparecen, no estamos hablando
de su instalación acrítica en todo ello, sino
de –en ese nuevo paradigma tecnológico y organizacional-- intervenir con su propio proyecto autónomo y
alternativo. So pena de convertirse gradualmente en una reserva india con su
población de últimos mohicanos.
Es
verdad que, después de Copérnico, el esquema de Ptolomeo siguió produciendo importantes
investigaciones en el campo de la astronomía, pero llegó un momento en que el
coste de oportunidad se vuelve excesivamente oneroso. Y cuando Kepler
rompió definitivamente con lo viejo del sistema ptolemáico, aparentemente satisfactorio,
cambiaron las cosas: ya no era posible seguir investigando sobre la base de que
el Sol y los planetas giraban alrededor de la Tierra.
O
sea, las rutinas de lo viejo todavía pueden traducirse en conquistas por la
fuerza de la inercia. Pero gradualmente el sindicalismo va perdiendo impulso de
propulsión, eficacia y capacidad reformadora. Porque el mantenimiento de viejos
modelos, que sirvieron de encuadre de las antiguas prácticas sindicales, se ha
ido con la música a otra parte. De ahí que Toxo
dejara dicho que «no podemos seguir haciendo las mismas cosas de siempre para
obtener los mismos resultados»: unas palabras insuficientemente
escuchadas.
Segundo tranquillo
Todos
los partidos políticos en la actual coyuntura están hablando, con mayor o menor
intencionalidad, con mayor o menor sinceridad, de que es el momento de las
reformas. Y hasta es posible que se produzca una reforma del Estatuto de los
Trabajadores. De nosotros depende también que eso no acabe en una mano de
pintura. Ahora bien, un estatuto de esas características no es independiente de
los cambios y transformaciones en curso. De ahí que su elaboración, con la
importante intervención unitaria del sindicalismo, sea la conclusión de los
derechos, poderes y controles que precisa el conjunto asalariado y el sujeto
social en el cuadro de la realidad. Que
ya no es, por así decirlo, la cosmología del viejo Ptolomeo, quienhay que agradecer las ecuaciones prestadas.
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