(Foto: Eduardo Saborido con los trabajadores de Airbus en la puerta del centro de trabajo: genio y figura)
Posiblemente me pase de
quisquilloso pero tengo la impresión de que Pablo
Iglesias el Joven no desea –al menos por ahora— formar parte del
gobierno, incluso del que preconiza. Y no me refiero tanto a las condiciones
que pone sino a al tipo de lenguaje que utiliza hacia el hipotético socio, que
es mayoritario. De una parte, hablando con claridad, no entiendo que algunas de
sus exigencias provoquen estupefacción en las filas socialistas. Lo digo porque
Bettino Craxi, con un
modestísimo 9 por ciento de diputados, pudo ser en varias legislaturas
italianas jefe de gobierno. Sí, efectivamente, el mismo que vestía y calzaba y
era frecuentemente admirado por Felipe González. De otra parte, me da la
impresión que el tipo de lenguaje que utiliza Iglesias –especialmente la
reiterada referencia a las «bases socialistas» en contraposición al grupo
dirigente— va en dirección contraria a lo que pretende conseguir. Lo diré con
educación: es un lenguaje poco útil; yo diría ineficaz. Da toda la impresión que su intencionada manera
de hablar está buscando la excusa para la ruptura.
En otro orden de cosas que Pedro Sánchez quiere formar gobierno es indudable.
Que le ha echado redaños a los viejos galápagos y, como dice Enric Juliana, al Eterno secretario general del
PSOE, también. Hay quien afirma que Sánchez es un ambicioso, incluso lo dicen
algunos desde sus propias filas. Lo que me parece una estupidez porque niega que uno
de los objetivos de la política --¿para qué vamos a engañarnos?— que es la ambición
de poder. Es algo tan infantil que asombraría al mismísimo Maquiavelo, el famoso secretario florentino.
Entiéndase, una ambición de poder que vincule noblemente los medios con los
fines.
¿Está pensando Iglesias que le es conveniente que el proceso de
consultas fracase y que acabe en una
convocatoria de elecciones? ¿Quién sabe? Si la cosa fuera por ese derrotero le
conviene retener esta conjetura: las llamadas confluencias de Podemos se
presentarán de una manera distinta a como lo hicieron en las últimas elecciones
con la idea de tener una visibilidad propia --y no en diferido-- y disponer
inequívocamente de grupo parlamentario propio; Compromis
ya le ha dado el primer aviso encuadrándose ahora en el Grupo Mixto.
Con lo que sucedería, así las cosas,
que el Podemos, químicamente puro, aparecería minorizado. La sesera
politológica de Iglesias, que tiene sus contrastes con la sesera política,
debería meditar sobre este particular. Porque jugarse a los dados los
resultados de unas nuevas elecciones es poco recomendable.
Podemos quiere reformas, no será
un servidor quien le discuta ese deseo. Pero un deseo no equivale
necesariamente a voluntad de reformas. Las reformas se hacen desde la voluntad,
no desde un deseo de cambiar las cosas desde la oposición. Ahora, ciertamente
con muchas dificultades, existe la posibilidad de hacerlas, sabiendo que –desde
la derecha— estamos ante la certeza de que no se harán. Porque posibilidad y certeza no son
equivalentes.
En definitiva, a Pablo Iglesias
le conviene retener la voz de Izquierda Unida:
«Quien le ponga la zancadilla a Pedro Sánchez lo pagará». IU, efectivamente,
sabe de qué está hablando cuando de esta manera directa se lo hace saber a
Iglesias.
Y antes del punto final: por un
lado, Iglesias debe abandonar la path
dependence de su engreimiento; y, por otro lado, debe aclararse
internamente si opta por un gobierno «pprogresista y de izquierdas» o por estar
«amarrado al duro banco de la galera turquesca». Por supuesto, no a cualquier
precio, siempre que se entienda esta frase no en clave retórica ni excusa
alguna.
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