jueves, 4 de febrero de 2016

Pablo Iglesias ¿quiere estar en el Gobierno?



(Foto: Eduardo Saborido con los trabajadores de Airbus en la puerta del centro de trabajo: genio y figura) 


Posiblemente me pase de quisquilloso pero tengo la impresión de que Pablo Iglesias el Joven no desea –al menos por ahora— formar parte del gobierno, incluso del que preconiza. Y no me refiero tanto a las condiciones que pone sino a al tipo de lenguaje que utiliza hacia el hipotético socio, que es mayoritario. De una parte, hablando con claridad, no entiendo que algunas de sus exigencias provoquen estupefacción en las filas socialistas. Lo digo porque Bettino Craxi, con un modestísimo 9 por ciento de diputados, pudo ser en varias legislaturas italianas jefe de gobierno. Sí, efectivamente, el mismo que vestía y calzaba y era frecuentemente admirado por Felipe González. De otra parte, me da la impresión que el tipo de lenguaje que utiliza Iglesias –especialmente la reiterada referencia a las «bases socialistas» en contraposición al grupo dirigente— va en dirección contraria a lo que pretende conseguir. Lo diré con educación: es un lenguaje poco útil; yo diría ineficaz. Da  toda la impresión que su intencionada manera de hablar está buscando la excusa para la ruptura.

En otro orden de cosas que Pedro Sánchez quiere formar gobierno es indudable. Que le ha echado redaños a los viejos galápagos y, como dice Enric Juliana, al Eterno secretario general del PSOE, también. Hay quien afirma que Sánchez es un ambicioso, incluso lo dicen algunos desde sus propias filas. Lo que  me parece una estupidez porque niega que uno de los objetivos de la política --¿para qué vamos a engañarnos?— que es la ambición de poder. Es algo tan infantil que asombraría al mismísimo Maquiavelo, el famoso secretario florentino. Entiéndase, una ambición de poder que vincule noblemente los medios con los fines.

¿Está pensando Iglesias  que le es conveniente que el proceso de consultas fracase y  que acabe en una convocatoria de elecciones? ¿Quién sabe? Si la cosa fuera por ese derrotero le conviene retener esta conjetura: las llamadas confluencias de Podemos se presentarán de una manera distinta a como lo hicieron en las últimas elecciones con la idea de tener una visibilidad propia --y no en diferido-- y disponer inequívocamente de grupo parlamentario propio; Compromis ya le ha dado el primer aviso encuadrándose ahora en el Grupo Mixto.

Con lo que sucedería, así las cosas, que el Podemos, químicamente puro, aparecería minorizado. La sesera politológica de Iglesias, que tiene sus contrastes con la sesera política, debería meditar sobre este particular. Porque jugarse a los dados los resultados de unas nuevas elecciones es poco recomendable.

Podemos quiere reformas, no será un servidor quien le discuta ese deseo. Pero un deseo no equivale necesariamente a voluntad de reformas. Las reformas se hacen desde la voluntad, no desde un deseo de cambiar las cosas desde la oposición. Ahora, ciertamente con muchas dificultades, existe la posibilidad de hacerlas, sabiendo que –desde la derecha— estamos ante la certeza de que no se harán.  Porque posibilidad y certeza no son equivalentes.

En definitiva, a Pablo Iglesias le conviene retener la voz de Izquierda Unida: «Quien le ponga la zancadilla a Pedro Sánchez lo pagará». IU, efectivamente, sabe de qué está hablando cuando de esta manera directa se lo hace saber a Iglesias.

Y antes del punto final: por un lado, Iglesias debe abandonar la path dependence de su engreimiento; y, por otro lado, debe aclararse internamente si opta por un gobierno «pprogresista y de izquierdas» o por estar «amarrado al duro banco de la galera turquesca». Por supuesto, no a cualquier precio, siempre que se entienda esta frase no en clave retórica ni excusa alguna. 

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