¿Acabará Pedro Sánchez resolviendo la ecuación diofántica –Podemos a un lado, Ciudadanos al otro-- para ser investido y formar Gobierno? No lo
sabemos porque eso depende de las matemáticas, de las intenciones reales, que
no disfrazadas, de los partidos en liza y de los dioses menores del Partido
Socialista. En todo caso, soy incapaz de descifrar la piedra de Roseta de la jerga de los
dirigentes políticos que tienen en sus manos la posibilidad de sacar adelante
la investidura. Además, lo aproximadamente cierto es que los lenguajes de los
protagonistas, segundones y figurantes enmarañan más el zacatín de la
política.
Por lo demás, nadie desde fuera
de esos cristobicas, levanta la voz
diciendo que ya está bien de armar la zahúrda. Justamente lo contrario de la
sabiduría de los habitantes de Santa Fe,
capital de la Vega de Granada, que combativamente nos movilizábamos en
determinados momentos. Rafael Rodríguez Alconchel
ha relatado en otro lugar algún que otro ejemplo que ilustra lo que queremos
decir. Por ejemplo, cuando se proyectaba alguna que otra película en el Coliseo Fernando e Ysabel, en ciertas ocasiones la
pantalla aparecía borrosa o desenfocada. Entonces, de manera unánime surgía un
griterío colectivo: «Mas claro, Maroto». Y no parábamos de patalear hasta que
la cosa se ponía en orden.
Maroto era el proyectista.
Durante el día trabajaba de pintor de brocha gorda, aunque tenía el mejor
pincel para pintar las cenefas de las habitaciones principales. Para hacerle la
pelotilla yo decía de él, lorquianamente, que «tardará en nacer, si es que
nace, un artista con tan clara inteligencia». Y me dejaba entrar de gañote en
el cine.
Pronto supe que aquel chillerío
–«Más claro, Maroto»-- lo provocaba el
mismísimo pintor. En cierta ocasión, estando yo en la cabina me dijo: «Ya verás
el follaero que se arma». Le da a un botoncillo, la pantalla se nubla y se arma
la de Dios es Cristo. El público ruge hasta que Maroto hace que se recupere la
normalidad.
Fue entonces cuando le pregunté
el por qué de aquella picardía. Y, dándole una caladita al caldogallina me responde que le gusta oír al público la famosa
frase de Goethe: «Más claridad, verás: se
empieza diciendo en el cine y se acaba gritándola en la calle». Me quedé
estupefacto porque no me imaginaba a Maroto proyectando las películas en medio
de la calle, ni tampoco sabía quién tenía en el pueblo el mote de Goethe.
Con el tiempo aprendí qué quería
decir el maestro pintor. Por eso lo traigo hoy a colación. Si se gritara hoy en
la calle «¡más claro, Maroto!», tal vez –sólo tal vez-- el lenguaje político tendría luz, más luz. Y,
quizá –sí, quizá— estaríamos en puertas de una investidura con cara y ojos.
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