Tengo la impresión de que Pablo
Iglesias el Joven no está separando el grano del qué de la paja del cómo. Y ello le está acarreando no pocos inconvenientes.
Su incisiva propuesta de formar gobierno con el PSOE –el «gobierno del cambio»-- es una buena muestra de la confusión entre el
qué y el cómo. Extraña confusión, además, porque a lo largo de las negociaciones
para conformar los gobiernos autonómicos y locales hicieron una impecable
orfebrería entre lo uno y lo otro. El qué: esto es, la cuestión prioritaria del
programa; el cómo: el gobierno en coalición.
Políticamente no es conveniente
que el interpelado se entere por terceros de la propuesta que se le hace.
Estéticamente no parece elegante que se hagan así las cosas. Lo que ha
provocado que los de Pedro Sánchez hayan reaccionado afirmando exageradamente
que Pablo les hace chantaje. Francamente, no vemos dónde está el chantaje, pero
real o fingidamente así dicen haberse sentido los socialistas. En todo caso se
trata, a criterio mío, de una respuesta sin fundamento, pero en política el
mundo de las apariencias acaba convirtiéndolas, en determinadas ocasiones, en
realidades. Máxime cuando los de Pedro tienen un flanco al descubierto: es el pregonero
echao p´adelante que no necesita que le den tres cuartos para tocar la
trompetilla.
Pablo no ha estado acertado. Ha
puesto primero la formación del gobierno al PSOE sin haber tenido la necesaria
deferencia de haber hablado reservadamente con Pedro Sánchez. No estamos ante
un problema de cortesía sino de eficacia política. De manera que las
consecuencias, por lo menos hasta la presente, siguen como antes: en un
infantil juego de pizpirigañas.
La reacción de los viejos
galápagos, que esperan las espaldas de Pedro Sánchez, aprietan las filas a la
espera de la decisión, definitiva o no, del joven secretario. De unos viejos
galápagos que se sienten protegidos por la mayoría de sus colegas de la
socialdemocracia europea, cuyo lema es «esperar y barajar». En esas condiciones
la jugada de Pablo no tiene eficacia; mejor dicho, es contraproducente.
¿Lo sabía en primer dirigente de
Podemos? ¿Ha pesado más el Aleph de
todas las incontinencias, que encierra Pablo, que la búsqueda paciente de una
propuesta que pudiera ser asumida por Pedro y empequeñeciera el índice de resistencia
del que hablara Léandre Pourcelot
tan numantinamente expresado por esos
galápagos que nunca mueren? No lo sabemos, pero podemos intuir sus
consecuencias. ¿O, tal vez, Podemos no quiere formar parte del gobierno y
disfraza las formas de su propuesta para no infundir sospechas? Tampoco lo
sabemos.
En todo caso, lo que tiene que
entender Pablo, más pronto que tarde, es que no se puede estar zarandeando
constantemente a un partido que encierra todo el Aleph de las desestabilizaciones internas desde hace ya demasiado
tiempo. En resumidas cuentas, a Pablo le recomendamos la lectura del verso lorquiano:
«la luz del entendimiento me hace ser muy comedido».
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