Cuando,
según dicen unas cuantas cabezas lúcidas, se han acabado las viejas certezas de
las nieves de antaño, las izquierdas de hogaño parecen seguir, a su manera, el
lacónico mandato neotestamentario del «creced y multiplicaos». En los últimos
tiempos se ha dado tal proliferación de siglas, de vueltas y revueltas en una
misma formación que he decidido abrir una libretilla con expresa indicación del
reciente árbol genealógico de cada cual.
Digamos que cada campanario tiene su Ahora
en común, su Juntos en común, su Unidad ahora y demás.
Cada dos
por tres se anuncia la formación de una nueva coalición o la creación –a veces
desde la nada, a veces como un retal de otra célula madre— de un nuevo partido o fracción de partido. En
ese sentido, quizá valga la pena esbozar la siguiente hipótesis: como casi todo
está por hacer, las izquierdas buscan desesperadamente y, sobre todo, cada cual
a salto de mata unas señas de identidad para subir la montaña que Sísifo siempre tiene pendiente. De Sísifo, se podrá
decir lo que se quiera, pero una cosa es clara: este caballero es
testarudo. Y mejor que sea así.
No
obstante, mucho me temo que no estamos hablando de una búsqueda con punto de
vista fundamentado con el objetivo de representar a unos u otros sectores de la
ciudadanía, sino con la idea de competir entre sí en los procesos electorales
con otro nombre y otros distintivos que hagan olvidar el fracaso de la anterior
competición. Digamos, pues, que en buena medida es un intento de supervivencia.
O de forzar a los demás a buscar un apaño electoral como suma de cúpulas.
Si bien se
mira, la cosa viene de muy atrás. Concretamente es causa y efecto del profundo
declive de la forma partido, entendiendo ésta no sólo la cuestión organizativa
sino fundamentalmente el proyecto, generalmente cortoplacista, y lógicamente la
forma de estructurarlo en lo concreto. Lo que ha conducido a unos partidos que
podríamos denominar, no ya líquidos, sino gaseosos. Lo más llamativo de esta
situación es que, con la crisis de 2008, se ha dado la mayor desorientación de
la historia de la izquierda política y su mayor fragmentación. Podríamos decir,
tal vez con un cierto apresuramiento, que la crisis económica le ha dado la puntilla
a ciertas organizaciones de la izquierda política que nacieron –así nos lo
dijeron-- para crear nuevas
instituciones de representación política. Lo que surgió con vocación de momentum, tal como lo entiende la
física, ha quedado en agua de borrajas. Más todavía, lo que nació con la
voluntad de renovar profundamente la política se ha convertido, en algunos
casos, en una Brigada Brancaleone con una
grotesca aparición de jefes y jefecillos, de behetrías y zonas francas que se
neutralizan los unos a los otros.
Si un
servidor estuviera en lo cierto –doctores hay en Bolonia y Salamanca, que me
corrijan en caso contrario— no estaríamos hablando de efervescencia creativa sino
de un deshilachamiento crucial así en lo político como en lo cultural. La
primera conclusión que sugiero es: por ese camino no se va a ninguna parte. Y
hasta es posible que el bueno de Sísifo un día de estos exclamará: «Iros a
hacer puñetas».
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