Los relatos
que más se han utilizado para narrar el nuevo fenómeno que apareció a principios de los sesenta –vale decir, el nacimiento de Comisiones
Obreras--
se han orientado por lo general a cantar las canciones de gesta de las movilizaciones de aquel movimiento de los
trabajadores. Ese estilo de relato puso casi siempre una atención especial –tal
vez como no podía ser de otra manera— en los importantes conflictos que
protagonizamos en tiempos de la Dictadura.
Pero no lo puso tanto en la metodología que los grupos
dirigentes de aquel movimiento tenían en los centros de trabajo para organizar
la defensa y tutela de los trabajadores. La cosa empezó a cambiar cuando
empezaron a aparecer las microhistorias de aquellas luchas a través de
monografías “de empresa”, frecuentemente escritas por los mismos protagonistas
de todo aquello.
Ahora que
nos ha dejado Jaime Montes, vale la pena centrar
la reflexión sobre su compromiso concreto, desde principios de los años
sesenta, en la mítica empresa sevillana Hispano Aviación. Y es obligado
recordar que en aquellos sus primeros andares como militante sindical estuvo en
la buena compañía de Fernando Soto, Eduardo Saborido y otros. Fernando también nos dejó y
también le recordamos en este mismo blog. De Eduardo sólo nos queda decir que
mucha gente espera que relate sistemáticamente lo que fue el compromiso de
aquella comisión obrera de Hispano Aviación.
Nuestro Jaime, junto a Fernando y Eduardo, fue uno
de los grandes urdidores del estilo primigenio del nuevo sindicalismo español,
de ese estilo o metodología que hemos referido antes: la presta atención a las
condiciones de trabajo que en aquellos tiempos llamábamos la «condición de fábrica».
Es decir, los tiempos y los horarios de trabajo, los ritmos, la seguridad e higiene
en aquel centro de trabajo nocivo e insalubre. Y establecía con la gente esa «relación
sentimental» de la que hablábamos ayer. Jaime
y sus compañeros, en difíciles momentos expuestos a todo tipo de represión,
fueron los padres de aquel estilo abierto que se concretaba en la asamblea de fábrica y de centro de trabajo, que es la madre, el padre, la abuela y el abuelo de donde nace el sindicato.
Juan Bosco Diaz-Urmeneta
ha hablado de Jaime Montes o
el rigor del sindicalismo. Pues claro que sí. El rigor, diría yo, de
la relación entre su mirada, la «condición de fábrica» y las esperanzas del
conjunto de los trabajadores. Fue el rigor que pudimos observar sus compañeros
de prisión en Soria. Le recuerdo en dos grandes momentos: todavía coleaba la
discusión sobre la invasión soviética en Checoslovaquia; la posición de Jaime
fue clara frente a no pocas dudas, había que denunciar aquella invasión. Y la
otra: siendo Jaime responsable de Estudios de aquella “universidad” cambió dos libros de texto: la Economía política (de
aquella estantigua del Nikitin) y la Filosofía (del no menos
filosofastro de Afanasiev). Muchos debemos a Jaime Montes ese cambio en el plan
de estudios que nos hizo menos borricos. Jaime se propuso, desde ese cambio,
renovar y, de aquella obra no precisamente fácil, se desarrolló un cambio lento,
gradual que fue dando frutos andando el tiempo.
En resumidas cuentas, nuestro amigo fue siempre la expresión natural de
un sujeto social de largo recorrido desde su condición humana que siempre tuvo
un color especial. Como su Sevilla que, igual que un entusiasta cicerone, enseñaba a sus
amistades cuando estábamos allí para nuestras cosas.
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