Recordando a Bogart
Debate sindical *
Ramon Alós
Motivado por la
invitación de José Luís López Bulla, me gustaría añadir tres reflexiones a los
textos aparecidos sobre el porvenir de los sindicatos. Con la primera trato de
situar el debate sobre la actualidad o renovación del sindicalismo; en segundo
lugar introduzco una reflexión genérica sobre la “crisis” del sindicalismo,
para en tercer lugar, referirme a algunos aspectos concretos que afectan de
modo más particular al sindicato en España.
Primero: a propósito
del debate sobre la actualidad o renovación del sindicalismo
No cabe duda que el
futuro del sindicalismo, qué organizaciones son hoy necesarias en el ámbito del
trabajo en nuestras sociedades capitalistas, es un tema crucial. Prueba de ello
es que todos los sindicatos, al menos los principales, debaten este tipo de
cuestiones, algunos de ellos desde hace ya más de un cuarto de siglo. A este
respecto puntualizaría tres elementos:
1.
Este (el sindicalismo hoy) es un problema
internacional, también pero no sólo del sindicalismo español.
2.
Como ya he dicho, hace ya muchos años
que los sindicatos son conscientes de esta problemática.
3.
Sin embargo, pese a los años
transcurridos, creo que ningún sindicato ha dado en hallar soluciones
plenamente satisfactorias. Es cierto, por lo que conozco, que existen
experiencias muy interesantes, de sindicatos norteamericanos y europeos,
también de España; pero se trata de experiencias parciales, que no dan
respuesta a la cuestión inicial.
Creo que cualquier
reflexión sobre el futuro del sindicalismo no puede obviar estas
constataciones. Que hayan transcurrido tantos años desde que desde el
sindicalismo empezara a plantearse su “aggiornamento” y no se haya dado con
soluciones satisfactorias, es un aspecto muy importante a tener presente. Por
mi parte sólo le veo tres explicaciones: 1) que todos los sindicatos y
sindicalistas sean incapaces de dar respuesta a dicha cuestión, posibilidad que
no me atrevo a sustentar. 2) Que no haya soluciones “satisfactorias” para los
sindicatos, lo que equivaldría a decir que los sindicatos son un producto del
pasado, sin porvenir. En mi opinión, mientras exista empresa capitalista, los
sindicatos tienen razón de ser. Por lo que me remito a una tercera alternativa:
3) Que el “problema” sindical no sea sólo un problema de los sindicatos, sino
un “problema” que impregna al conjunto de la sociedad; en otras palabras, no es
sólo el sindicato quien está enfermo o desubicado, quien tiene un problema,
también la sociedad; y que las soluciones han de ir parejas.
Esta tercera
posibilidad lleva a plantear la crisis del actual orden político, en sus
niveles estatales (España,…), pluriestatales (UE,…) e internacional. La idea de
fondo sería que el sindicalismo tradicional ha tenido acomodo en un orden
político, económico y social del estado nación tal como hemos conocido. Este
modelo de estados nación, con sus sistemas políticos, de bienestar, etc., está
en crisis, sin que a día de hoy exista o se vislumbre en el horizonte un sustituto
claro y asumido, de gobernanza a nivel nacional ni en ámbitos superiores o
internacional. ¿Puede hallar acomodo una perspectiva clara de renovación del
sindicalismo en un entorno de estas características? Evidentemente, sea cual
sea la respuesta, no significa quedarse de brazos cruzados, pero las
implicaciones son muy diversas.
Segundo: una
reflexión genérica sobre la “crisis” del sindicalismo
Se ha escrito mucho
sobre las razones de la crisis de las organizaciones sindicales. Como aspectos
relevantes se apunta a los cambios sustanciales en la organización empresarial.
La empresa de hoy ya no es la empresa de hace medio siglo. En este aspecto
existe bastante consenso que los años 70-80 supusieron un importante punto de
inflexión. Cambios originados por la globalización económica, las innovaciones
tecnológicas, la ideología y política neoliberal, con todo lo que ello comporta
en desestructuración de la empresa tradicional, nuevas formas de gestión,
desindustrialización, externalización de actividades, financiarización de la
economía, empequeñecimiento de la empresa, desestandarización del trabajo,
cambios normativos, etc. Algunos de ellos han significado cambios muy
radicales, que de algún modo han desconcertado la acción sindical tradicional.
Como consecuencia de
esos cambios, los sindicatos han perdido influencia. La afiliación es un
síntoma innegable. Los sindicatos pierden afiliación. En Estados Unidos y en
Holanda desde los años 60; en Francia desde los 70; en Alemania, Reino Unido,
Italia, Bélgica desde los 80. España es un caso especial, pues la transición
política nos sitúa en un vagón de cola en todo ese proceso. Y los sindicatos
pierden capacidad de movilización, aunque este es un aspecto más difícil de
contrastar, dadas las muy variadas tradiciones sindicales y la carencia de
informaciones precisas. En todo caso, el declive en el número de huelgas puede
ser un síntoma de ello. La afirmación de que los sindicatos pierden afiliación
no nos debe hacer olvidar que la mayoría de ellos ha tenido unos niveles
elevados de afiliación no más allá de medio siglo; un corto periodo de tiempo
para la historia del capitalismo. En Alemania y Holanda hoy tienen similares
niveles de afiliación (tasa de afiliación) que hace cien años, en Francia y en
Estados Unidos que en los años 30, en el Reino Unido que en los 40, o en Italia
que en los 50.
Al respecto se añade
que el trabajador hoy ya no es el trabajador hombre, industrial y fordista. Se
han incorporado mujeres, inmigrantes; el empleo y sus condiciones son mucho más
variadas y diversificadas. Y que como consecuencia de todo ello el sindicato
tradicional es obsoleto, no representa al conjunto de los asalariados, ni puede
hacerlo en sus actuales formas y maneras de proceder. Todo lo anterior es
cierto pero conviene precisar algunos aspectos. Primero, muchas mujeres en los
años 50 y 60 ya trabajaban, pero la mayoría de ellas lo hacía en la economía
informal, y este era un espacio que el sindicalismo no atendía. Me refiero al
sindicalismo tradicional.
Segundo, ciertamente el
sindicalismo tradicional ha sido un sindicalismo de base industrial, con escasa
o muy poca presencia en los servicios. Recordemos que las diferencias llegaban
al punto que en España los trabajadores de mono cobraban salario (semanal) y
los de cuello blanco sueldo (mensual). Pues bien, no está de más recordar que
en 1960 apenas el 32% de los asalariados en España trabajaba en la industria o
minería (y no alcanza el 35% en 1973, antes de la primera crisis industrial).
El gran trasvase del empleo en España en la segunda mitad del siglo pasado se
ha dado no tanto de la industria, como suele pensarse, sino de la agricultura a
los servicios; por supuesto, el empleo industrial también se ha reducido.
Tercero, la referencia
a fordista nos remite a un empleo asegurado en la misma empresa, en muchos
casos de aprendiz hasta la jubilación, y con garantías de derechos y
representación. Pues bien, en la
Alemania de las grandes empresas se ha estimado que no más
del 16% de los trabajadores ha experimentado este tipo de condiciones de
empleo, en pleno fordismo.
¿Qué significa todo
ello? ¿Significa que los sindicatos no han sido nunca organizaciones
representativas del conjunto asalariado? Creo que sí lo han sido y en alguna
medida aunque menos lo siguen siendo. Aunque afiliaran y representaran
directamente a una parte menor de los asalariados, creo que no se les puede
negar un elevado nivel de representatividad y de amplio reconocimiento. Pero
han cambiado otros aspectos, que son fundamentales.
Un aspecto clave a mí
entender es el siguiente. En los años “fordistas” el sindicato afiliaba y
organizaba básicamente al trabajador manual de medianas y grandes empresas
industriales, que veían en la acción sindical una oportunidad de defender sus
derechos y mejorar sus condiciones de empleo. Pero una buena parte del resto de
trabajadores, agrícolas, de la construcción y los servicios, y de pequeñas
empresas también industriales, y también “otros” trabajadores no fordistas de
empresas medianas y grandes, podían contemplar con buenos ojos la acción
sindical, aún sin entrometerse en la misma, pues de algún modo también les
beneficiaba: si mejoraban las condiciones de empleo de unos, en alguna medida
repercutía en las de otros. Es más, algunos de estos otros trabajadores podía tener
la expectativa de que un día entrarían a trabajar en una empresa fordista, con
representación sindical, beneficiándose directamente de la acción sindical.
En otras palabras, el
sindicalismo tradicional se ha nutrido de una parte limitada del conjunto
asalariado y sustentado en sus reivindicaciones. No obstante, muchas de estas
reivindicaciones han sido sentidas como útiles por una parte amplia del
conjunto asalariado. Podría decirse que hasta cierto punto un corporativismo
del trabajador hombre, manual y de empleo fordista, que luchaba y se organizaba
en la defensa de sus intereses, encubría una cierta universalidad
reivindicativa, al menos en una parte sustantiva de las mismas, en mejoras
salariales, en tiempo de trabajo y en condiciones de empleo.
Hoy esto no es así, al
menos en la medida en que lo ha sido en años pasados. Ha habido cambios,
algunos importantes. Aunque el sindicato sigue representando básicamente a
trabajadores de medianos y grandes centros de trabajo (no hablo ya de
empresas), hoy puede decirse que no se trata únicamente de trabajadores sólo
industriales y sólo hombres. Muchas mujeres de medianos y grandes centros de
trabajo se han incorporado al sindicalismo, o ven próximo el sindicalismo, así
como trabajadores de medianos y grandes centros de trabajo de los servicios. De
hecho, el sindicalismo hoy es más fuerte en el sector público que en el privado
en prácticamente todos los países del mundo.
Pero, y ésta me parece
una cuestión crucial, el sindicato que conocemos ya no es considerado un
instrumento válido por parte de muchos trabajadores, como muestran las
encuestas de opinión. Y entiendo que no lo puede ser en sus formas actuales.
Aquí caben diversas explicaciones, referidas a la globalización, la tecnología,
etc. Sin menospreciar, en absoluto, ninguna de estas explicaciones, que son
ciertas, la cuestión clave para mi es que hoy muchos trabajadores ya no se
identifican, y difícilmente pueden hacerlo, con el asalariado que mantiene un
vínculo laboral con un empresario, con cierto horizonte temporal, y para el
cual la acción colectiva es un medio importante de adquisición de derechos y de
mejora, o perspectiva de mejora, en sus condiciones de empleo y de vida. Hoy
muchos trabajadores desconocen quién es su empresario, porque la figura de
empresario se ha desfigurado. Para algunos su vinculación laboral es con
terceras empresas, para otros es con clientes o usuarios, quienes les imponen
ritmos, horarios e incluso salario. Otros trabajadores cambian con frecuencia
de empleo y de empresario, con una elevada incertidumbre sobre su futuro. A
ellos habría que añadir falsos autónomos, teletrabajadores, trabajadores sin
centro de trabajo, etc. La acción colectiva, esencia del sindicalismo que
conocemos, no sirve para muchos de estos trabajadores. Sus condiciones de
empleo no dependen de la acción colectiva, y la posible mejora que pueda
alcanzar un sindicato en convenio colectivo no les afecta. Aunque en España se
hable de una elevada cobertura de la negociación colectiva, apenas uno de cada tres
trabajadores lo reconoce. En este sentido considero que los sindicatos en
España incurren en una cierta complacencia de pensar que lo que acuerdan en
convenio se aplica de modo generalizado.
Pues bien, estos
“otros” trabajadores mejoran sus condiciones de empleo básicamente: unos si
consiguen un empleo mejor; otros en función de sus buenas relaciones con
clientes y de adquirir suficientes conocimientos y habilidades profesionales.
Unos y otros no dependen de la acción colectiva, no dependen de los sindicatos,
dependen de sus relaciones personales, de sus gestiones y esfuerzos personales,
también de la suerte. ¿Para qué les sirve, pues, el sindicato? Si se me apura
es comparable a preguntarse ¿para qué le sirve a un joven hoy cotizar a la
seguridad social para su futura pensión si su perspectiva laboral no está nada
claro le genere derechos a una pensión digna?
A mi entender, sólo
cambios radicales en el sistema de protección legal pueden modificar ese status
quo, cambios que deben acotar esta amplia libertad que ostenta hoy el
empresario en nuestra sociedad y poner orden normativo a un tremendo vacío en
las relaciones de empleo. Dejo para más adelante una referencia al empleo en
pequeñas empresas.
Tercero: sobre la
necesaria renovación del sindicalismo en España
Finalmente, por lo que
se refiere al sindicalismo en España, éste evidentemente participa de los
“males generales”, pero con sus particularidades. Ante todo creo que conviene
recordar que el “modelo” sindical español es fruto, como ha recordado Baylos,
de un pacto de gobernanza en la transición, obviamente recogiendo prácticas y
aspiraciones también de CCOO y de UGT. Dos aspectos merecen ser destacados y
que nos diferencian de nuestro entorno. A los sindicatos que resulten más
representativos se les otorga un plus de representatividad y se establece un
sistema erga omnes para la negociación colectiva, cuyos resultados se equiparan
a ley. Son dos medidas muy importantes cuyo objetivo evidentemente no era por
parte de las élites políticas y económicas dar poder a los sindicatos, sino
evitar en aquellos momentos una explosión de conflictos no controlados e
instituir quienes serían los principales actores sociales y las reglas del
juego, en un contexto que era nuevo y por tanto extremadamente incierto. En mi
opinión ambas medidas son positivas, y no las pondría en cuestión, pese a que,
como se ha reconocido el sistema erga omnes no sea un estímulo a la afiliación
sindical, todo lo contrario.
Dicho esto, del
conjunto de problemas que afectan al sindicato en España resaltaría tres: 1)
que el sindicalismo llegue a los jóvenes y a trabajadores en situaciones de
empleo no típicas (aunque cada vez más habituales). 2) La burocratización de la
organización sindical. 3) La relación entre comité de empresa y sindicato.
El sindicato y los
jóvenes y trabajadores atípicos. Creo que en estas cuestiones el sindicato
debería plantear una discriminación positiva, comprometiendo la incorporación
de trabajadores hoy poco representados en los órganos de negociación y dirección,
como en su día se hizo (o se planteó) con respecto a las mujeres. Jóvenes,
trabajadores de pequeñas empresas, inmigrantes y otros colectivos deberían
tener garantizada su cabida en puestos de representación sindical, en las
listas electorales y en la organización del sindicato.
Sobre la
burocratización sindical. Esta no es una cuestión nueva; en todo caso es
relativamente nueva para el sindicalismo español. Muchos recordarán que en los
años 70 y 80 en los encuentros con sindicatos de otros países sus
representantes solían ser hombres de edad avanzada, mientras los dirigentes
españoles contrastaban por su juventud. El sindicato español era una
organización nueva, los sindicatos europeos eran organizaciones con años a sus
espaldas. El problema de la burocratización es importante y de difícil
solución. Robert Michels, sociólogo alemán planteó la ley de hierro por la que
entendía que en las organizaciones (partidos políticos, etc.) sus líderes en un
principio se guían por una voluntad ideológica y de sus representados, pero con
el paso de los años les domina el objetivo de permanencia en la organización,
de la que depende su modo de vida: el líder de una organización tiende a
mantener su poder, incluso relegando a segundo término sus viejos ideales. Por eso,
dice Michels, las organizaciones políticas pronto dejan de ser un medio para
alcanzar determinados objetivos socioeconómicos, y se transforman en un fin en
sí mismo. En otras palabras, un dirigente sindical, más allá de sus ideales, es
una persona que tiene que asegurarse sus medios de subsistencia. A mi entender
no hay recetas fáciles. Algunas se han ensayado, como la limitación de
mandatos. Pero ello no evita que el dirigente sindical acabe siendo un
“funcionario” sindical, una persona que la organización resitúa en un sitio u
otro. Es una cuestión importante, pues no todo dirigente sindical tiene
posibilidades de hallar un empleo con ciertas condiciones fuera de la
organización, y la organización a la que se ha dedicado no puede desentenderse.
En todo caso creo que la organización debe buscar procedimientos de renovación,
evitar que cargos antiguos ocupen e impidan la entrada de nuevos, sin
sobrecargar la estructura. E impulsar la democracia interna, en todos sus
niveles.
Pero la burocratización
sindical tiene otra vertiente, que se muestra en la rigidez de las estructuras
internas del sindicato, federaciones y territorios, y su dificultad de actuar
conjuntamente. Por ejemplo en empresas, centros de trabajo o establecimientos
en los que convive una pluralidad de convenios colectivos. Esta es una
vertiente que creo tendría más fácil solución.
La relación entre
comité de empresa y sindicato. Ante todo, veo positiva la dualidad comité de
empresa y sindicato que existe en España, como en otros muchos países. Los
comités de empresa, con sus elecciones, constituyen un estímulo esencial en la
renovación sindical, contra la burocratización de cargos. Además, las encuestas
muestran que en las empresas con comité hay más afiliación sindical, y al
revés. Pero la duplicidad de funciones entre uno y otro es un freno para la
afiliación sindical. Creo que deberían reservarse al sindicato algunas
facultades, como la negociación de los convenios colectivos, la convocatoria de
huelga o el ejercicio de los conflictos en las empresas, y relegar funciones
más específicas al comité de empresa. Y sus miembros, en función del tamaño de
la empresa, podrían funcionar por atribuciones: delegado de formación, delegado
de salud laboral, delegado en cuestiones de discriminación o desigualdad,… Se
trataría de establecer un reparto de funciones entre delegados de empresa y
sindicatos que les obligue a colaborar: uno necesita al otro, no le sustituye.
Por otra parte, en
zonas de concentración de pequeñas y muy pequeñas empresas los sindicatos
deberían asumir directamente las funciones de representación, nominando
delegados por zonas. También delegados de grandes establecimientos, como
grandes superficies, aeropuertos, mercados centrales de las ciudades, etc.
Debería ser la representación visible del sindicato en cada uno de esos
espacios. Obviamente una legislación que obligara en este sentido sería básica,
pero creo que se puede avanzar en el mientras tanto.
* Referencias anteriores en
este debate
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