jueves, 21 de agosto de 2014

PUJOL Y EL SILENCIO DE LOS CORDEROS



Durante muchísimo tiempo se ha dicho desde fuera del río Ebro que nadie en Cataluña había reprochado absolutamente  nada a Jordi Pujol y sus franquicias. La conclusión, pues, era que toda Cataluña era una behetría pujolista y sus ciudadanos eran, paniaguadamente, una expresión de la servidumbre voluntaria que retrató magistralmente Etienne de La Boétie. (Por cierto, les sugiero que lean ese libro, La servidumbre voluntaria, simultáneamente a lo que Gramsci escribió acerca de la «revolución pasiva», lo que les será de utilidad para entender aproximadamente no pocos fenómenos del mundo contemporáneo).

¿Todo el pueblo de Cataluña calló o siguió acríticamente la vida y milagros de Jordi Pujol? No, padre. Más todavía, ¿más allá del Ebro todo el mundo era vehementemente crítico de Jordi Pujol? No, padre.

¿Recuerdan ustedes la famosa portada de ABC con un monumental retrato del president con la leyenda «el español del año»? Pues bien, ahora todo es un pelillos a la mar y, para adobarlo, se desempolva la idea de que en Cataluña había un clamoroso silencio de los corderos. O sea, las críticas políticas que hicieron en su día tanto Rafael Ribó como Ramon Espasa (y muchos más) forman parte de una intencionada organización de la amnesia política y periodística. Olvidan, además, que las grandes huelgas generales de los ochenta tuvieron también, de manera explícita, el reproche de masas a la política de Jordi Pujol.

Este caballero dominó el arte del «do ut des»: a cambio de mi apoyo has de frenar a esa pareja de torracollons fundamentalistas que son los fiscales Villarejo y Mena. Así pues, la línea de mando –primero González, después Aznar--  impuso siete llaves a las aguas pantanosas del pujolismo. Por eso, esa línea de mando hoy, con lo que ya se sabe, sigue callada. Más todavía, dicha línea de mando hará todo lo que pueda para que el agua no se salga de madre. En todo caso, el problema es que no hay suficiente arena en el mundo para tapar tanta zahúrda.


Apostilla. Cuando yo hablé de la “Cantimpalo connection” en el Parlament la prensa seria no dijo ni mú. Debieron pensar que no era elegante.      

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