Durante
muchísimo tiempo se ha dicho desde fuera del río Ebro que nadie en Cataluña había
reprochado absolutamente nada a Jordi
Pujol y sus franquicias. La conclusión, pues, era que toda Cataluña era una behetría
pujolista y sus ciudadanos eran, paniaguadamente, una expresión de la servidumbre voluntaria que retrató magistralmente Etienne de La Boétie. (Por cierto, les
sugiero que lean ese libro, La servidumbre voluntaria, simultáneamente a lo que
Gramsci escribió acerca de la «revolución pasiva», lo que les será de utilidad
para entender aproximadamente no pocos fenómenos del mundo contemporáneo).
¿Todo el
pueblo de Cataluña calló o siguió acríticamente la vida y milagros de Jordi
Pujol? No, padre. Más todavía, ¿más allá del Ebro todo el mundo era vehementemente
crítico de Jordi Pujol? No, padre.
¿Recuerdan
ustedes la famosa portada de ABC con un monumental retrato del president con la leyenda «el español del
año»? Pues bien, ahora todo es un pelillos a la mar y, para adobarlo, se
desempolva la idea de que en Cataluña había un clamoroso silencio de los
corderos. O sea, las críticas políticas que hicieron en su día tanto Rafael Ribó
como Ramon Espasa (y muchos más) forman parte de una intencionada organización
de la amnesia política y periodística. Olvidan, además, que las grandes huelgas
generales de los ochenta tuvieron también, de manera explícita, el reproche de
masas a la política de Jordi Pujol.
Este
caballero dominó el arte del «do ut des»: a cambio de mi apoyo has de frenar a
esa pareja de torracollons fundamentalistas que son los fiscales Villarejo y
Mena. Así pues, la línea de mando –primero González, después Aznar-- impuso siete llaves a las aguas pantanosas
del pujolismo. Por eso, esa línea de mando hoy, con lo que ya se sabe, sigue
callada. Más todavía, dicha línea de mando hará todo lo que pueda para que el
agua no se salga de madre. En todo caso, el problema es que no hay suficiente
arena en el mundo para tapar tanta zahúrda.
Apostilla.
Cuando yo hablé de la “Cantimpalo connection” en el Parlament la prensa seria
no dijo ni mú. Debieron pensar que no era elegante.
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