Diversos sectores de Podemos –ignoramos en principio la amplitud y importancia de los
mismos-- se están planteando la necesidad
de construir un sindicato. Empecemos por lo obvio: la libertad sindical es un
bien democrático, un derecho que permite la creación de organizaciones
sindicales; de manera que Podemos, y
cualquiera que se tercie, puede ejercer ese derecho. Ello no quita, naturalmente, que nos veamos
interpelados a opinar al respecto.
La historia
sindical española arranca con una anomalía en relación a cómo y quiénes fundan
los sindicatos en otros países europeos. En nuestro país, el PSOE y, muy
personalmente, Pablo Iglesias El Viejo,
funda la UGT en
1888. Decimos anómala porque no es exactamente una fundación que nace de manera
independiente y anómala del partido. Lo cierto es que el Viejo –lo empleamos en el término más afectuoso— seguía
estrictamente la concepción instrumental de Ferdinand Lassalle,
legendario político socialdemócratas alemán. Su idea era: «El sindicato, en tanto que hecho necesario, debe
subordinarse estrecha y absolutamente al partido» (Der sozial-democrat, 1869).
La reacción de Karl Marx no se hace esperar: «En ningún caso los sindicatos
deben estar supeditados a los partidos políticos o puestos bajo su dependencia;
hacerlo sería darle un golpe mortal al socialismo» en la revista Volkstaat,
número 17 (1869). Tendremos que convenir, sin embargo, que Karl Marx no ganó
esta batalla. Es más, la concepción lassalleana se impuso en todas la
corrientes de la izquierda durante un larguísimo periodo. De hecho, la gran
mayoría de las componentes políticas de la izquierda oficial –socialistas,
socialdemócratas, laboristas y comunistas--
fueron, en este sentido, estrictamente lassalleanas. De un lado,
imponiendo la autoridad y el dictado de la primacía del partido sobre el
sindicato que, para decirlo lisa y llanamente, lo situaba como chica de los recados; de otro lado, que, para decirlo
lisa y llanamente, situaba al sindicato como chica de los recados; y, de otro
lado, estableciendo una rígida y
artificiosa división entre los objetivos y tareas de uno y otro. Palmiro
Togliatti lo expresa de manera contundente: «no
correspondía a los trabajadores tomar iniciativas para promover y dirigir el
progreso técnico» y que «la función de propulsión en torno al progreso técnico
se ejerce únicamente a través de la lucha por el aumento de los salarios» en
una reunión del Comité central del Partido comunista italiano a finales de
1956. Véase hasta qué punto la mano de Lassalle es alargada (1).
Ahora bien, llega un momento en que las cosas
empiezan a cambiar: las intuiciones de Giuseppe Di Vittorio, padre del
sindicalismo italiano, las investigaciones de Bruno Trentin y, más adelante, la
contribución de Marcelino Camacho van
propiciando que el sindicalismo conteste en la práctica la entonces llamada
«correa de transmisión», esto es, el dogal que papá-partido ponía en el cuello
al sindicalismo. Y tantas veces fue el cántaro a la fuente que la correa saltó
por los aires. La vieja y autoritaria concepción de Lassalle, que tantos
estropicios había provocado en el movimiento sindical, empezó a convertirse en
una reliquia que nadie custodiaba. Porque el conflicto social ya no era una
hechura de lo que pretendía el auto considerado pater familias sino la expresión independiente y autónoma del
sujeto sindical. De manera que la ropa vieja de la correa de transmisión pasó
al archivo. Pero, según parece, algunos sectores de Podemos tratan de sacarla del arca y, con o sin alcanfor, reincidir
en Lassalle.
Con toda seguridad, Pablo Iglesias El Joven conoce estos antiguos trajines
de las (antes llamadas) relaciones partido – sindicato. De manera que no está
de más que se auto advierta de la contradicción entre crear un partido de nueva
estampa y que éste funde –o algunos sectores de su partido impulsen-- un sujeto de rancio estilo. Lo uno no se compadece con lo otro. Otra cosa,
bien distinta, es la obligación de Podemos
de dirigirse directamente a la nueva geografía del trabajo, cosa que más de uno
agradecerá.
(1) La respuesta de Bruno
Trentin es no menos tajante: ««Francamente,
nosotros pensamos que la lucha por el control y una justa orientación de las
inversiones en la empresa presupone en muchos casos una capacidad de iniciativa
por parte de la clase obrera sobre los problemas relacionados con el progreso
técnico y la organización del trabajo, intentando quitar al patrón la
posibilidad de decidir unilateralmente sobre la entidad, las orientaciones, los
tiempos de realización de las transformaciones tecnológicas y
organizativas. Una iniciativa similar
aparece, al menos a nosotros, como la condición en muchos casos para poder dar
a la negociación de todos los elementos de la relación de trabajo (e incluso de
los tiempos de producción, de las plantillas y de las formas de retribución) un
contenido efectivo dada nuestra imposibilidad de contraponer a la orientación
de las inversiones de la empresa nuestra propia alternativa poniendo límites
substanciales a las inversiones de la empresa y al desarrollo de la negociación
colectiva en la empresa». [Citado por Iginio Ariemma en http://theparapanda.blogspot.com.es/2014/08/guia-de-lectura-de-la-izquierda-de.html]
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