Sugiero a
los amigos, conocidos y saludados que hagan una lectura atenta del artículo que
ayer mismo publicaba Antonio Baylos: Desigualdades
salariales en http://baylos.blogspot.com.es/2014/08/desigualdades-salariales.html.
Me importa decir que comparto la música
y la letra de lo dicho por el maestro. En todo caso, quiero hacer patente
algunas consideraciones que se desprenden de dicho trabajo. En él hace
referencia a una reciente declaración de Comisiones Obreras donde se valora el
resultado de la negociación colectiva y,
para el caso que nos ocupa, de la cuestión salarial.
Habla la
mencionada declaración de que los resultados en torno al salario han
significado una «devaluación» y que «los recortes salariales se han
generalizado en todas las ramas y empresas junto con el empeoramiento de las
condiciones de trabajo». En efecto, así ha sido; y así continúa. Estamos, dicho
en plata, ante un ataque de nuevas proporciones al salario y a las condiciones
de trabajo. Ahora bien, deduzco que todo ello tiene una consecuencia muy
directa, de la que no habla la declaración confederal: la pérdida de control
por parte del sindicato tanto de los salarios como de las condiciones de
trabajo. Quiero poner especial énfasis en esta cuestión (la pérdida de control)
porque este es el objetivo de la reforma laboral: que el sindicato no ejerza su
función independiente y autónoma de controlar los salarios y las condiciones de
trabajo. Porque, como debería ser bien sabido y relatado, dicho ataque es la
consecuencia de la agresión al poder controlar, tal vez la tarea fundamental
que define la acción colectiva y personal de todo sindicato. Más todavía, si el
acento descriptivo se pone sólo en la agresión al salario y las condiciones de
trabajo es de cajón que ello conduce a una batalla defensista. Pero si
colocamos el control como eje del problema estamos yendo a las causas de la
cuestión, y desde ahí es posible reconducir la presión sindical. Esta reflexión es ahora, si cabe, más pertinente tras el repunte de la siniestralidad laboral y su relación con la pérdida de control de las condiciones de trabajo.
Lejos
están, pues, los tiempos en los que un alto directivo de Volskwagen, a finales
de los noventa, afirmaba: «Ahora entramos en una fase de transición y de
turbulencias que durará diez años y que
lo cambiará todo. ¿Cómo es posible gobernar este cambio sin una clase
trabajadora y su saber hacer y con el
patrimonio profesional que se ha acumulado en
todos estos años? Yo no puedo arrojar a la cesta de los papeles un patrimonio
de este género. Con él debo intentar cambiar y transformar la empresa». Lástima
que tan sabias palabras se quedaran en agua de borrajas, incluso en la misma
empresa. Y lástima que se insista en esta fase de «turbulencias» en que la
solución sea que los controles sindicales –bienes democráticos, que conste— vayan
desapareciendo.
Por lo demás,
léase sin prejuicios lo que el mismo Baylos indica acerca de la «crisis de
representación del sindicato». Ya hablaremos de ello cuando pasen las calores. Entonces,
volveremos a tratar de la extraña longevidad de la representación sindical y su
relación con la representatividad sindical. De momento: ojo con las evoluciones de la parábola sindical.
Radio Parapanda. EL POLICIACO COMO LABERINTO
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