sábado, 2 de agosto de 2014

LA NUEVA GEOGRAFÍA DEL TRABAJO



Nota editorial. Publicamos la segunda parte del capítulo «La ciudad del trabajo y las otras vías de la izquierda» del libro La sinistra di Bruno Trentin. Recordamos que las anteriores entregas se publican correlativamente en http://theparapanda.blogspot.com


Iginio Ariemma

Gramsci y la ideología consejista


Americanismo y fordismo, de Gramsci, ha sido el ensayo que más ha comprometido, apasionado e incluso fatigado a Trentin. Lo leyó muy pronto, recién publicado y escribe una recensión en Quarto Statu, la revista de Lelio Basso,  La società degli alti salari (11). Es junio de 1950, probablemente antes de su afiliación al PCI. Capta el análisis general del ensayo, pero hace una lectura crítica en un punto que no es secundario: el salario alto no es «una forma transitoria; es verdad que es «un instrumento de coerción» y de paternalismo, pero es un vínculo entre el fordismo y la política general del gobierno americano. Los dos se orientan a generar una «productividad creciente» a través de los altos salarios y la estabilidad de la mano de obra «con la consiguiente posibilidad de mantener un ritmo productivo creciente» y un «aumento del consumo nacional». Este es el incipit de su estudio sobre el neocapitalismo que lo llevará a ser uno de los expertos más reconocidos en la materia. Escribe esta recensión cuando todavía hace poco que ha estado en Harvard y tiene frescas sus investigaciones y debates de la política norteamericana, muy en particular sobre el New Deal  y la organización prouctiva y el pensamiento de Henry Ford. Es ahí, en esa política, donde capta el origen del neocapitalismo, la innovación que representa, incluso sus nuevas relaciones sociales y de trabajo como, por ejemplo, las human relations.

Reemprende seguramente la lectura de Americanismo y fordismo cuando Giuseppe Di Vittorio lo envía a Turín a estudiar la condición obrera de la FIAT tras la derrota de la FIOM (1955) en las lecciones sindicales (Comissioni  interni). Fue un momento decisivo en su vida ya que, en esa experiencia, comprende la importancia decisiva del control de la organización del trabajo, todos los aspectos de la relación de trabajo (ritmos, ambiente, cualificaciones profesionales, etc) mucho más decisivos que la lucha por los salarios (12). Allí mdura la convicción de que la lucha secular por la redistribución de la renta, aunque sacrosanta, no conduce a resultados significativos en el plano de la igualdad, y que son los derechos –es decir, el poder de ejercitar efectivamente la libertad-- las conquistas duraderas del progreso social y la vía del socialismo (13). En el conflicto social y distributivo la libertad es lo primero, dejará como testamento espiritual.  

En los años cincuenta (entonces Trentin tenía  treinta) investiga mucho sobre los temas del progreso técnico, la productividad y el neocapitalismo. Recuerdo el ensayo Produttività, human relations e politica salariale, aparecido en agosto de 1956 en Critica economica, la revista que dirigía Antonio Pesenti. Este ensayo es la reelaboración de su ponencia en el seminario del Istituto Gramsci, I lavoratori e il progresso tecnico. En la correspondencia de Trentin hemos encontrado un manuscrito de unas 140 páginas en respuesta a la intervención de Franco Rodano, Neocapitalismo e classe operaia, publicado precisamente en el número de mayo-junio de 1957 en Nuovi argomenti.  Simultáneamente aparece en Mondo operaio el artículo de Vittorio Foa  Il neocapitalismo è una realtà, que provocó una amplia discusión en las filas de la izquierda. Aunque el ensayo de Trentin es de agosto de 1957 nunca ha sido publicado y no sabemos por qué. De hecho tiene un gran interés porque anticipa sus investigaciones, los temas y las soluciones que desarrollará más adelante. Trentin critica a Franco Rodano en algunos aspectos significativos: el necocapitalismo como «untopía pequeeño burguesa», la visión determinista del progreso tecnológico y de la automatización y la concepción abstracta, apriorística e idológica de la clase obrera. No obstante, la reflexión más densa es sobre la terciarización y las alianzas con las capas medias; en este sentido, Trentin ve en los técnicos, investigadores y científicos «los nuevos sujetos del proceso revolucionario», los aliados naturales de la clase obrera.  

Estos temas tendrán una sistematización más profunda en la ponencia del seminario sobre el capitalismo italiano (1962), promovido por el Istituto Gramsci. En  Le dottrine neocapitalistiche e l’ideologia delle forze dominanti nella politica economica nos encontramos con estas novedades:

1) El americanismo es también en Italia una modernización tecnocrática y en la gestión del del capitalismo;

2) estas transformaciones (el management, las human relations, los altos salarios, los procesos de automatización, etc.) no son una mistificación sino el intento de construir una nueva hegemonía por parte de las clases dominantes; 

3) la base de masas, en Italia, de esta hegemonía no es la socialdemocracia, que no tiene raíces históricas, sino el movimiento católico, aunque a la búsqueda de su propia dimensión autónoma en el plano social y económico; 

4) esta hegemonía puede ser derrotada, no con la ilusión verticista de reformas estructurades impulsadas por arriba, sino medfiante un amplio movimiento de base de la clase obrera que provoque nuevos instrumentos de democracia en la fábrica y construya nuevas alianzas, especialmente con los técnicos.

La leadership de Trentin entre los metalúrgicos –desde 1962 en adelante y, sobre todo, la experiencia de los años del otoño caliente, 1968 y 1969, siendo uno de sus principales protagonistas--  tiene como referencia a Gramsci. La brújula de su orientación es, particularmente, la ideología consejista de L´Ordine Nuovo. Pero su padre, Silvio, también le influyó (15). Ahora bien, Trentin innova el modo de concebir los consejos, ya que estaba convencido de que la ideología consejista había fracasado tras la experiencia de los años 1919 – 1920. Para él, los consejos no son --y no pueden ser-- instituciones públicas que se orientan al autogobierno de los productores, ni tampoco instrumentos de contrapoder obrero en el proceso revolucionario tal como sostenían los más radicales y extremistas. Trentin concibe los consejos de fábrica como órganos del sindicato, de un sindicato más democrático, unitario –de todos los trabajadores,  afiliados y no afiliados--  para el control de la producción y de las condiciones de trabajo (16). En aquella época le conocí y nos hicimos amigos. Entonces yo era secretario provincial del PCI turinés.

Por aquel entonces Trentin ya había madurado una posición original sobre el tema del gobierno de la empresa: la autogestión por parte de los trabajadores es errónea y está destinada a la derrota tanto en el plano económico como en el político; la vía es la cooperación conflictiva, que Trentin denomina «codeterminación», según la cual los consejos de delegados y los sindicatos tienen el poder del control de la organización del trabajo y el derecho de ser informados y participar en los planes de la empresa, pero sin confusión de papeles con el management –a quien le corresponde la propuesta y la decisión final--  ni tampoco mediante la participación accionarial ni otras formas de capital.  Trentin, siendo secretario general, pidió y consiguió que el sindicato no estuviera presente en los consejos de administración de los entes públicos; tampoco era partidario del sistema dual de gestión, como en Alemania,  porque a la larga daña el papel y la autonomía del sindicato (17).  En la raíz de su concepción, al igual que Marx, está la noción de que entre capital y trabajo la contradicción y el conficto social son irreductibles.   Quizá esta contradicción –me apresuro a añadir— no tiene la misma centralidad de  hace tiempo, pero continúa siendo así. De todos modos Trentin es consciente que la conflicitidad puede ser un factor positivo del desarrollo económico y social, y el necesario ingrediente de una sociedad pluralista y democrática siempre que se gestione con responsabilidad.   Tanto sobre esta cuestión, como en otras, Trentin presenta un desafío positivo al liberalismo a partir de su núcleo central: la propiedad privada como matriz de la libertad.  Sin embargo, para Trentin el trabajo es el derecho de los derechos, la garantía fundamental de la libertad de la persona. No hay libertad –es decir, posibilidad de auto realización--  sin trabajo.  El trabajo responsabiliza y socializa la libertad y es el fundamento de la igual libertad. Por lo demás, incluso John Locke, el padre del liberalismo, definió la propiedad privada como «trabajo acumulado», pero, según Trentin, la liberación humana no puede depender ni de la propiedad privada, ni coherentemente de la propiedad pública, de la estatal.

En la introducción a  Da sfruttati a produttori, el libro que recoge su experiencia de quince años como secretario de los metalúrgicos, en el que desde el título es evidente el respeto que le tiene a Gramsci, hay una observación crítica que merece señalarse: «Es difícil substraerse de la sensación –escribe en 1977--  que, de manera recurrente, esta concepción de la clase obrera como clase dirigente, como clase de los productores […] ha sido rebajada y superpuesta a los problemas específicos de la clase obrera italiana»; esta visión y «el proceso de transformación consciente del productor explotado se presentan referidos únicamente a la acción que los trabajadores pueden desarrollar fuera del centro de trabajo y, por lo tanto, en el exterior de su condición específica de explotados». Así, se cae inevitablemente en una exageración voluntarista, si no paternalista. En todo caso, la experiencia colectiva es substituida por la ideología. La construcción de un proceso se transforma en ´llamamiento´ […], es la fractura con la realidad en transformación» (18).  Aunque Trentin acepta la concepción gramsciana del «productor colectivo» cree que la clase obrera puede tener éxito si cambia su propia condición de trabajo y de vida a partir de la organización productiva, no si se queda en el limbo ideológico.

La ciudad del trabajo es, en cierto sentido, la conclusión de su recorrido en torno a Gramsci. Y es, como reconoce, incluso con menos generosidad con el fundador del PCI, que sin embargo le había inspirado –como a todos nosotros--  que el proceso revolucionario de transformación socialista en Occidente es complejo y exige una mayor gradualidad y un trabajo en profundidad de hegemonía en la sociedad civil y en la cultura. «En Gramsci –dice Trentin en una conferencia en Torino el 21 de noviembre de 1997, pocas semanas antes de la publicación del libro--  hay una contradicción de fondo entre un «historicismo finalista, bañado de determinismo» y «un voluntarismo prometéico» propio de un «misionero». Esta primacía de la voluntad permite la aceleración del proceso de la historia, «violentar los tiempos», pero no cambiar la dirección. Así pues, Gramsci es prisionero de dos principios de la ciencia política, inspirados impropiamente o no por Marx, de los que hemos hablado antes.


Las luchas obreras de 1968 – 1969 y el descubrimiento de la persona


Las grandes luchas obreras de finales de los años sesenta –escribe con orgullo en La ciudad del trabajo— pusieron en crisis el fordismo y el taylorismo, situando los problemas de la liberación del trabajo y del control efectivo del proceso productivo más allá de la lucha por los salarios.  En esa dirección fue importante la contribución de la cultura de tradición cristiana, sobre todo, en la «defensa de la integridad física y moral de la persona humana, incluso con relación a la falsa cientificidad de la máquina taylorista». El personalismo cristiano de Jacques Maritain, Emmanuel Mounier y los escritos de Simone Weil sometieron a crítica con un «potencial subversivo» los imperativos de la historia y consecuentemente «el historicismo […] ya oxidado con sus ´etapas obligadas´ con sus insuperables ´fases de transición´  y sus categorías conceptuales».  Trentin descubre la persona humana y la coloca antes que la clase. La persona es el individuo elevado a valor porque tiene un proyecto de vida, de autoafirmación. Y añade: «En aquellos años tomó cuerpo en lo más vivo del conflicto social y en un área muy articulada de la investigación teórica y empírica una nueva idea de la izquierda: el bosquejo de un proyecto de sociedad que ponía en movimiento el trabajo y sus transformaciones posibles (20). Un momento importante de esta investigación fue el seminario del Istituo Gramsci (Turín 8 – 10 de junio de 1973) sobre «Ciencia y organización del trabajo». Este seminario, hoy definitivamente olvidado, conoció la amplísima participación de obreros, técnicos y científicos de varias disciplinas que, durante meses, discutieron animadamente, con una profunda preparación en las más importantes realidades productivas, la relación entre trabajo y ciencia, la superación de la dicotomía entre fábrica y sociedad, una diferente organización del trabajo y el control de los trabajadores.  Trentín participó con una ponencia junto a las de  Giovanni Berlinguer y Adalberto Minucci,  Raffaello Misiti y Gianni Cervetti (21). Sin embargo, este impulso y esta investigación se agotan a finales de los setenta.

Son múltiples las causas –incluída la debilidad del sindicato— de que no  se pusiera al día la estrategia reivindicativa ante los cambios de las políticas de las empresas: lo testimonia la derrota en la FIAT en 1980. Sin embargo, lo que pesó más fue la debilísima reacción de la izquierda que, ya en el otoño caliente según Trentin, fue «de baja intensidad» ante los nuevos procesos a nivel mundial y nacional y no solamente la más marcada agresión del neoliberalismo con la política reaganiana sino con la caída del fordismo. Esta falta de reacción afecta tanto a los partidos como a la cultura de la izquierda. Y se concreta en el «definitivo divorcio de la producción como centro de interés, como terreno de conflicto». La dura polémica afecta a todos: en primer lugar a los partidos, que privilegia la gobernabilidad y el juego político en la cúpula; después a los intelectuales, incluso a los más radicales que en el pasado habían hecho de la fábrica y de la clase obrera el perno de su elaboración teórica y cultural, incluso reprendiendo al sindicato. No solamente los de Lotta continua que vociferaban aquello de «delegados bidón»; y también los obreristas, es decir, los que teorizaron el contropiano y el salario político como arma revolucionaria de superación del capitalismo y ahora sostenían «la autonomía de lo político» ante los procesos sociales y políticos, además de los seguidores de Franco Rodano de la Revista Trimestrale, que pasaron del productor colectivo al consumidor colectivo, poniendo en el centro la distribución en vez de la producción. 


La nueva greografía del trabajo y la sociedad del management


A dieciséis años de la publicación del libro, el taylorismo no ha sido derrotado, continúa sobreviviendo, aunque con nuevas formas. En Italia está en marcha la crisis del fordismo: desaparecen cada año fábricas de 500 trabajadores e incluso de más de 250; los precarios alcanzan ya casi la mitad de los trabajadores dependientes. Pero el taylorismo se resiste a desaparecer. Incluso en países emergentes (China, India, Brasil y en los países del Este) fordismo y taylorismo se reproducen. En nuestro país «la cantera de la innovación organizativa postfordista –escriben los investigadores universitarios Giancarlo Cerruti y Marcello Pedaci— está funcionando desde hace poco tiempo, aunque los resultados son modestos y queda mucho por hacer» (23).  Lo demuestran los estudios y las investigaciones más recientes sobre la condición de trabajo. La gran encuesta de la FIOM de 2007 (400.000 trabajadores consultados y 96.607 respuestas) demuestra que la lógica productiva se mantiene inalterada: ritmos sofocantes, tiempos saturados… Una menor capacidad de ejecución y una mayor responsabilidad en el trabajo que no infrecuentemente se hacen a medias, escribe Aris Accornero (24). Por otra parte, el «toyotismo» es una solución más aprente que real, como afirma Trentin. La investigación de la Fundación de Dublín, por encargo de la Unión Europea en 31 países, algunos no europeos, confirma substancialmente los datos de la FIOM.

El último acuerdo sindical en la FIAT, inmuesto por el administrador-delegado con un insensato referéndum entre los trabajadores, no se orienta, con toda seguridad, hacia la superación del taylorismo, va en dirección opuesta. La mayoría de los trabajadores, aunque por una escasa diferencia, lo ha aprobado porque tenía miedo de perder el puesto de trabajo. Todavía recuerdo las caras fatigadas y de rabia de las obreras, todas ellas de cierta edad, cuando salían de la puerta 2 de las carrocerías de Mirafiori.

Incluso allá donde es difusa la pequeña y pequeñísima industria –en Italia, el 95 % de las empresas están a la mitad de sus plantillas-- no hay un cambio relevante en la autonomía del trabajo.  La diseminación de los centros de producción y la dispersión de los trabajadores se afrontan de una forma nueva, formando largas cadenas en el espacio, pero siempre decididas y planificadas desde arriba, con controles informáticos, frecuentemente penetrantes, y practicando una dura individualización del trabajo con objetivos más incisivos y personalizados. 

Obviamente, también existen centros de excelencia tanto en la industria como en los servicios y en la producción de bienes inmateriales, donde la relación entre la ciencia y la técnica  y el trabajo es más orgánica; aquí la mayoría de la mano de obra, con estudios universitarios, tiene mayor autonomía. Pero no es la mayoría.  También aquí el estress del trabajo es alto, dada la organización del trabajo centralizada y heterodirigida.  Pino Ferraris –amigo de Trentin y mío--  pocos meses antes de morir me envió dos ensayos de gran interés: el primero trataba del declive de la solidaridad en los centros de trabajo; el segundo sobre la larga lista de suicidios de trabajadores altamente cualificados en la France Telecom y en la Tecnocentro de la Renault, etc. En este último texto relata la explicación de Christophe Dejours, importante psicólogo del trabajo: «Son suicidios de personas exitosas, normales, implicadas intensamente en su trabajo. Su gesto desesperado no puede imputarse a la vulnerabilidad psicológica individual. Es la organización del trabajo la que debe estar bajo acusación.  El manager asigna individualmente unos objetivos imposibles. Así es que tienes que aguantarte porque han que conseguir los resultados. Esto es lo que llaman «autonomía del trabajo» (25).

Richard Sennet ya puso en evidencia que las características del trabajo actual –la flexibilidad, la movilidad y el riesgo--  pueden debilitar la identidad laboral, hacer que se pierda  el sentido del trabjo y minar el de la comunidad y la solidaridad entre los trabajadores, no solo los manuales y de ejecución, además de cambiar substancialmente el hombre (26). Es un cambio que afecta a todos los trabajadores, incluídos los altamente cualificados. Hoy, el  peligro es mayor que antes porque es más estrecho el ligamen (y yo diría la dependencia) del poder de quien manda y dirige y la ciencia y la técnica, y entre estas últimas y el trabajo. No sé si Supiot tiene razón cuando escribe en la introducción de La cité du travail que la prevalencia de la técnica junto al mando unilateral y heterónomo del taylorismo podría conducir a una nueva tipología: el hombre «programable» donde lo que cuenta ya no es la cabeza del trabajador sino el computer (27). Es un hecho que crece pavorosamente el desnivel entre el predominio de la técnica y la capacidad humana de guiarla y controlarla.

En mi opinión, Trentin ha señalado bien el problema. Desde las primeras páginas de La ciudad del trabajo define nuestro mundo como «la sociedad del management». Hay ciertamente managers ilustrados; algunos de ellos tenían una relación de estima y tal vez de afecto con Trentin, que buscan con convicción y éxito extender la participación democrática y mejorar la calidad del trabajo, pero el sistema general no va en esa dirección. La sociedad del management se orienta al beneficio inmediato y a prvilegiar las inversiones en bienes y en la organización del trabajo a corto, no a medio y largo plazo. Esta es la naturaleza del capitalismo financiero  dominante hoy que, por otra parte, tiene dimensiones mundiales en el plano del mercado y del intercambio tanto de los productos como de la  producción y del trabajo. De hecho, en los países emergentes, el taylorismo (como decía antes) todavía se sigue caracterizando por el trabajo en cadena de Charlot. En estas décadas, los managers han visto un aumento de diez –y tal vez de veinte veces— en sus emolumentos con respecto a lo que ganaban en los años setenta. En el periodo actual, de recesión económica en nuestro país, los cien super managers han ganado más de 400 millones de euros, cincuenta más que en el 2012 y cien más que en 2011. Esta ganancia es, en gran medida, el producto de las primas sobre las acciones gratuitas que han recibido y por las stock options (28).  La diferencia entre estas retribuciones y la de un trabajador normal es ahora abismal, inconmensurable. La desigualdad, a nivel mundial y en cada país,  representa ya la existencia de una oligarquía financiera con un excepcional poder económico y político, también sobre la técnica condicionando el curso no solamente de las empresas sino de los acontecimientos generales. 
 

Notas


11)  La società degli alti salari, in Quarto Stato, n. 6, junio 1950.

12) Relazione sulla FIAT, dactiloscrito, 1955.

 

13 La ciudad del trabajo. Capítulo 4. CAPÍTULO 4 (1) LA DISTRIBUCIÓN DE LAS RENTAS COMO VÍA AL SOCIALISMO y CAPÍTULO 4 (2) LA DISTRIBUCIÓN DE LAS RENTAS COMO VÍA AL SOCIALISMO


14) Bruno Trentin. La libertad es lo primero. Vid. La libertad como apuesta del conflicto social:  http://baticola.blogspot.com.es/2006/06/la-libertad-la-apuesta-del-conflicto.html

15) Los apuntes de la Constitución francesa e italiana se encuentran en Silvio Trentin: Gli abbozzi della Costituzione francese e di quella italiana in Silvio Trentin, Scritti inediti. Testimonianze e studi, Guanda, Parma 1972


16) Trentin reconoce que esta visión consejista, ligada al sindicato, es más cercana a las posiciones de Angelo Tasca que a la de Gramsci de 1919, aunque tenía una opinión muy negativa de Tasca a causa de su doble juego en los años de la guerra cuando fue funcionario del gobierno de Vichy.  

17) Relazione Bruno Trentin en Democrazia industriale: idee e materiali,
IRES-CGIl,  abril – junio de 1980.

18) Bruno Trentin, Da sfruttati a produttori. Lotte operaie e sviluppo capitalistico dal miracolo economico alla crisi, De Donato, Bari 1977, p. LXXXIII del la introducción.

19) La conferencia de Turín, promovida por el Istituto Gramsci piemontese, se celebró en 21 de noviembre de 1997. Se publicó en en Quale Stato, n. 3/4, 1997.

20) La ciudad del trabajo

21) Este seminario fue publicado en dos volúmenes a cargo de Editori Riuniti, 1973

22) La ciudad del trabajo

23) El ensayo de G. Cerruti y M. Pedaci está publicado en  Quaderni di Rassegna sindacale, n, 2, giugno, 2012.

23)  Aris Accornero, Lavoro e classe: la grande inchiesta della FIOM del 2007, en Lavoro e diritto, n. 3, 2009.

24) Aris Accornero, Lavoro e classe: la grande inchiesta della FIOM del 2007, en Lavoro e diritto, n. 3, 2009.

25) Pino Ferraris, Inchiesta, febbraio 2010. Véase http://theparapanda.blogspot.com.es/2010/07/los-suicidios-en-el-centro-de-trabajo_12.html (Nota del traductor)


26) Richard Sennet, L’uomo flessibile, Feltrinelli, Milano 2000.

27) Alain Supiot, introduzione a La cité du travail, cit., p. 24. Versión on line en http://encampoabierto.wordpress.com/2012/12/30/bruno-trentin-la-ciudad-del-trabajo-izquierda-y-crisis-del-fordismo-1/ (N. del t)

28) Gianni Dragoni, Crescono i compensi dei super-manager di Piazza Affari, en Il Sole 24 Ore, 21 luglio 2013.

  

Traducción José Luis López Bulla

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