El
consejero de Sanidad de Cataluña, Boi Ruiz –destacado miembro de la escudería
neoliberal, disfrazado de soberanista para no infundir sospechas-- ha manifestado que la sanidad catalana se
distingue por la «notable aportación de los seguros privados». Digamos pues
que, según la lógica de este caballero, el encargo que recibió en su día ha
constituido un éxito claro como lo atestiguan las cifras que nos ha brindado él
mismo: desde 2010 los seguros médicos privados han ganado más de cien mil
abonados. El consejero ha rematado la faena de manera contundente: «se trata de
un factor de sostenibilidad». No cabe duda de que Artur Mas tuvo buen ojo
clínico al encargarle el negociado. De él puede decirse, según anunció Cicerón,
que “no hay género de injusticia peor que la de quienes en el preciso momento
en que están engañando simulan ser hombres de bien” (Sobre los deberes,
Editorial Altaya, página 25)
Este Ruiz,
que pasó de la presidencia de la patronal sanitaria catalana concertada a la Consejería del ramo, es
en efecto la prótesis de unos intereses empresariales que se están haciendo con
los resortes de la sanidad. Digámoslo sin requilorios: es el gestor del
traslado de las gigantescas finanzas públicas al negocio puro y duro. Y, a
decir verdad, con poco escándalo político y poca contestación social.
Mientras
tanto, el gran debate público en Cataluña es otro: la conquista de unas
estructuras propias como Estado-nación. ¿Hacia qué estado-nación? A la
desertización de lo público a mayor gloria de los intereses del business. Y, para no dejar las cosas con medias tintas,
diremos que procurando la «sostenibilidad» de ese mundo promiscuo entre las
finanzas privadas y las instituciones (todavía) públicas.
De manera
que la transición a ras de tierra más evidente es la del paso de un modelo
público de gran solvencia profesional hacia la levantinización de la
sanidad.
Dicho lo
cual, sólo nos queda añadir aquello de «Lázaro, levántate y anda».
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