En plena
efervescencia de las actividades de espionaje institucional de los Estados
Unidos a diversos mandatarios europeos, he leído la última novela de John Le
Carré, Una verdad delicada, que ha editado Plaza y Janés. Lo hice porque
la fuerte sugerencia de ese sabio lector que es Francisco Prado Alberdi era ya
una garantía suficiente.
Es claro el
paralelismo entre el espionaje norteamericano y la trama de Le Carré: los
servicios secretos y sus tejemanejes en el (des)orden internacional o, más
bien, global. De lo primero, poco sabemos hasta la presente, hecha la excepción
de que los americanos no han desmentido
nada. De lo segundo, de la verdad
delicada, podemos sacar algunas conclusiones provisionales. Tal vez la más
llamativa es el tránsito que el espionaje institucional ha hecho desde la
sedicente «razón de Estado» al mundo de los negocios puros y duros: el
contrabando de armas y otros inocentes asuntillos. Hablando en plata, el tránsito hacia la
privatización del carácter de sus intervenciones. Que, como siempre, son
clandestinas, esto es, al margen y –por lo general-- en contra de la ley. Este es, en mi opinión, el carácter central
del relato, del que por supuesto no desvelaremos la trama.
Todo lo
cual viene a cuento por el culebrón del masivo espionaje de los servicios
secretos norteamericanos (tal vez con la anuencia de sus colegas europeos) a
millones de ciudadanos europeos, empezando por sus mandatarios más relevantes,
lo que tal vez excluiría a Mariano Rajoy de todo ello, dada su poquedad
política. En todo caso, sorprende la insulsa respuesta de los países de la Unión europea y de esta
institución en particular. Por ello me aventuro a establecer la siguiente
hipótesis: todo el mundo lo sabía y callaba mientras permanecía la cosa oculta
en las covachuelas de unos y otros, incluidos los servicios secretos europeos.
Y hasta es risible que, desde aquí, las autoridades hayan dicho: ¿pero, cómo se
puede tratar así a los amigos? Olvidan lo que manifestó sir Winston Churchill -–si
estaba sobrio, habló lúcidamente; si en poder de las uvas, sólo hay que añadir in vino veritas-- aquello de
«Inglaterra no tiene amigos, sólo tiene intereses».
Apostilla.
Siempre leí el “primer” Le Carré, el de Smiley, con placer; tras la
desaparición de este agente secreto en su literatura me pareció que el autor
entraba en una parábola descendente, tal vez porque el cambio fue muy brusco.
Ya no era exactamente mi Le Carré.
Con Una verdad delicada la parábola
vuelve a remontar. Es como si nuestro
hombre hubiera tomado el elixir de la juventud. Seguiremos, pues, atentos a las
sugerencias de Prado Alberdi, el Enviado de Graham Green en la Tierra.
3 comentarios:
Hola, Pepe Luis, en primer lugar, felicitarte por hacer un blog tan interesante.
Y ahora, un apunte, la frase que atribuyes a Churchill fue pronunciada por Palmerston
http://en.wikipedia.org/wiki/Henry_Temple,_3rd_Viscount_Palmerston
Saludos
Gon
Hola, Pepe Luis, en primer lugar, felicitarte por hacer un blog tan interesante.
Y ahora, un apunte, la frase que atribuyes a Churchill fue pronunciada por Palmerston
http://en.wikipedia.org/wiki/Henry_Temple,_3rd_Viscount_Palmerston
Saludos
Gon
Gracias, Gonzalo, por la corrección. Posiblemente el perillán de sir Winston la pronunció alguna vez y no citó a su verdadero autor. Te saluda, PLLB
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