«París bien vale una misa», dice
la prensa rosa de la Historia, que Enrique cambió el percal de Navarra por la
seda de Francia. Y además abandonó el protestantismo abrazando la doctrina
católica, apostólica y romana. Era la exigencia francesa para que Enrique fuera
coronado como rey francés: fue el primer Borbón. La frase, del mejor cuño
jesuítico, tal vez fuera un fake o un
sofisticado dicharacho, pero ahí ha quedado. Así pues, el cuarto Enrique francés
inauguró una nueva estirpe en París y –se dice-- que ha sido uno de los grandes reyes de
Francia. De sus descendientes se puede decir que ha habido de todo: reformadores,
fantasmones, cleptómanos y gentes de poco fiar.
Viene a cuento este inútil recordatorio
de las cosas francesas porque el Partido Popular Europeo ha revisitado el «Paris bien vaut une
messe». Su presidente Manfred
Weber ha bendecido en Roma la entente de las fuerzas de la derecha italiana
(Berlusconi, Salvini et alia) con la Meloni, ultra desde el astrágalo al colodrillo.
En concreto, no hay reparo alguno en que Meloni, compañera de arreos, armas y
bagajes, de la ultraderecha carpetovetónica, sea primera ministra del país que
tiene forma de bota. A cambio, se supone, cuando llegara la hora Berlusconi
podría ser lo que siempre ha soñado: sentarse en el sillón del Quirinal.
La novedad es que la ruptura del
burladero que defendía la democracia ha sido impuesta desde la cúpula europea
del Partido Popular. Roma bien vale romper el cordón sanitario. De esta manera
queda blanqueada la santa alianza de la caspa y la caverna y, además, se allana
el camino a los aparentes escrúpulos de los Feijóo y cía para pactar amigablemente con los
ultras de ayer, hoy y mañana. No es el olvido de la memoria, sino su derrota. Que,
aunque no es definitiva, es asaz preocupante.
De acuerdo, se trataría de un
potente pescozón a la izquierda –a la izquierda desnortada, que cita Lluis Rabell— pero, no carguen tanta responsabilidad a
las izquierdas y estudien las patologías, viejas y nuevas, de las sociedades
contemporáneas: las patologías que están en la base de esos cambios políticos.
No sean, pues, tan sangrantes
con las izquierdas y, a cambio, esfuércense en saber cuáles y dónde están esas
patologías. Yo, ya lo habrán notado, no doy para más. Hagan como Leonardo Padura que, también en su última novela, Personas decentes, que abre las entrañas de la ciudad de La
Habana.
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