En
mi modesto parecer Yolanda Díaz es una gran
ministra de Trabajo. Sabe su quehacer porque lo ha mamado en la práctica de su profesión,
la de iuslaboralista. No es la primera
vez que hablo –ni, espero, sea la última— del buen hacer de esta dama de
la izquierda. Contemporáneamente ha coincidido con la madurez de dos
sindicalistas de alto coturno –Unai Sordo o el
carisma tranquilo y Pepe Álvarez o la veteranía
hecha un grado-- que son tan
corresponsables como Yolanda de los recientes logros sociales de la presente
legislatura. Nunca el sindicalismo confederal había alcanzado, desde su propia
independencia, tan buenas relaciones con el Gobierno, también con su propia
autonomía. La argamasa que se ha utilizado ha sido la práctica de la
negociación con sus síntesis sucesivas. De
momento, y visto con perspectiva, el papel de la patronal no ha sido tan
incordiante como en tiempos pasados.
Estamos
ante una nueva situación: ha aumentado significativamente el número de
afiliados a la Seguridad Social y, además, se está contratando mucho más empleo
por tiempo indeterminado o fijo que de eventuales. Nueva situación, pues. Que
nada tiene que ver con lo visto y sufrido hasta la presente. Sigue habiendo
problemas, justo hay que decirlo. Pero las novedades positivas no conviene que
pasen desapercibidas. Es más, en este nuevo marco qué se sabe de la evolución
de la afiliación a los sindicatos. Tras las nuevas conquistas, ¿cómo se
implican, y de qué manera, los no afiliados? ¿dan el salto a organizarse o
siguen ´gorroneando´ y aprovechándose de lo que logran los afiliados?
Estamos
en el tiempo de una trigonometría esférica con tres sujetos: Yolanda, Unai y Alvarez.
No obstante, hay que decir que Yolanda está opacando a los dirigentes
sindicales. Tiene su explicación: es una ministra, es muy celosa de su perfil
propio tanto en el universo en que se mueve (Unidas Podemos) y, por lo general,
tiene buenas relaciones con el resto del Gobierno. Lo que la convierte en una
pieza mediática de primer orden. Así pues, con sólo su presencia obscurece a
sus acompañantes. De ello, en primer lugar, los sindicatos salen favorecidos; pero, en segundo lugar,
éstos aparecen como acompañantes de la ministra. Yendo por lo derecho: no son
vistos como coprotagonistas, sino –ya se ha dicho—meros acompañantes. Con lo
que los beneficios de los logros los recibe el Gobierno y los garbanzos menos
apetitosos de todo pacto o acuerdo se lo comen los sindicatos.
Sin
lugar a dudas, el amplísimo activo sindical miles de personas está al tanto y sabe valorar las conquistas sociales, pero
la población asalariada española mira las cosas desde otro enfoque menos sofisticado.
Por ejemplo, de esos nuevos centenares de miles de asalariados con contrato
indefinido ¿qué saben del protagonismo de Unai y Pepe?
Ya
me gustaría dar una solución al problema que veo, aunque quizá no haya tal
problema y lo mío son cuestiones de viejo tiquismiquis. Lo que sí puedo decir
es que en mis cercanías nadie ha explicado que a estas conquistas, de las que
los sindicatos son coprotagonistas y no acompañantes, corresponde mayor fuerza afiliativa.
Y si nadie ha aparecido por aquí, no hay que echarle en cara al gorrón que es
un aprovechao porque no se afilia.
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