Cómo
tenemos que vernos para que un servidor, en puertas de sus primeros ochenta
años, lamente la dimisión de Mario Draghi como presidente del gobierno de esa
cosa que se llama Italia. Cómo tenemos
que vernos –digo— para que le pida al premier italiano que archive su decisión
para cuando escampe. Sí, esa cosa que
se llama Italia:
«¡Ay sierva Italia,/
del dolor albergue,/
nave sin timonel / en gran borrasca,/
no dueña de provincias, sino burdel!»,
dijo
irritadamente el Dante.
Pero si no es positiva
la dimisión de Draghi, menos lo es el comportamiento de ese grupo colecticio de
partidos, partidillos y grupos de unos y
otros, que han provocado esa decisión. Italia es, hoy por hoy, una descomunal
morondanga que añade menos seriedad a esta Europa en guerra, con una crisis
económica, todavía no libre de la pandemia y unas perspectivas poco claras. Más
alfalfa para Putin.
Italia, mejor dicho
su abigarrado ecosistema político, trata esta situación anormal con el follón
de su normalidad tradicional, esto es, a golpe de crisis, mociones de censura y
cabildeos de gente que aparenta sofisticación.
Por último, hecho a
faltar un análisis serio, con punto de vista fundamentado del porqué Italia ha
dejado de ser en los últimos treinta años una constelación luminosa para
convertirse en un nano planeta donde el Dante ha sido substituido por don
Marcial Lafuente Estefanía.
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