En
los últimos tiempos Italia se ha ido convirtiendo en un comistrajo. Se ennegrecieron
las nieves de antaño, ahora aquello es un remedo de OK Corral. Ubi sunt? ¿Dónde están el General della Rovere
y Rita Levi--Montalcini, Anna Magnani y Jimmy Fontana, Carlo Bergonzi y Renata
Tebaldi, Palmiro Togliatti y Enrico Berlinguer, Lama y Trentin? Enterrados, no
en la tierra sino en el olvido organizado. Lo peor del caso es que aquella
Italia no tiene ni siquiera herederos. Casi todos se han disfrazado de
noviembre para no infundir sospechas. En Italia no existen partidos, hay
partidas. Son las partidas de Cómodo tras suceder a su padre, el gran Marco
Aurelio.
Cada
una de esas partidas, divididas molecularmente en banderías y facciones siempre
a la busca de autor. Siempre expuestas a la epifanía de un gañán endomingado para
dirigir el ganado. Aquella nave, en definitiva, se convirtió en un chinchorro. Viene
a cuento todo esto por las martingalas que han utilizado patricios de salón y
plebeyos pijopana para defenestrar a Mario Draghi.
Precisamente por ese movimiento que nació –dijeron equívocamente— para reformar
la vida política italiana. Y que en menos de lo que canta un gallo, ese M5S se
quitó la máscara y decidió ser como «los demás»: alborotadores, inconscientes,
aventureros. En el fondo, esta crisis de
burdel de carretera va orientada a impedir que Draghi le metiera mano a esa
Italia aparentemente irreformable. Y para mayor irritación lo han hecho en un
momento de extrema gravedad: guerra en Europa, crisis económica, atroz sequía
en la llanura padana, donde el Po está más seco que el esparto.
¿A
quién beneficia este putiferio así en el plano nacional como en el
internacional? Es una pregunta retórica. Pero, en todo caso, algunos ya se
preparan para llamar a Cincinatus para que les saque las castañas del fuero.
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