¿Vacunación
obligatoria, dice usted?
Hace
días que me viene rondando el caletre escribir sobre este asunto (la vacuna
obligatoria), cosa que he ido dejando de un día para otro. De todas formas,
tenía que quitarme el desasosiego y meterme en harina. Yendo por lo derecho:
soy partidario de la obligatoriedad de vacunarse. No me lo dice mis
conocimientos sobre el particular, simplemente me lo indica mi particular sentido
común. Por lo demás, no tengo intención de argumentar esta exigencia, porque si
el destinatario contrario a mi propuesta es inteligente sabrá cambiar de
opinión, aunque ya sea tarde; y si es ideológicamente zote –o tiene como blasón
los testículos de Jehová-- es
radicalmente imposible convencerlo. Por lo demás, las aparentes argumentaciones
que dan los anti vacunas se basan en ese concepto –hoy tan degradado-- de la «libertad»; es una palabra que puede
entrar en descomposición (igual que la de
«solidaridad») por los virus que las derechas montaraces han introducido en
ellas. Esas palabras han entrado ya en la categoría que Alberto Moravia llamaba palabras enfermas (parole malate).
«La
libertad no tiene límites», es la jaculatoria, hoy, de la caverna y la taberna.
Pero en el fondo lo que quieren decir es que están a favor de su libertad sin
límites y en contra de la de los demás. Así es que mi voz anciana no tiembla al
decir: la libertad tiene los límites que impone la ley y las compatibilidades de
las normas.
Y
aprovechando que el rio Genil pasa por Santa Fe (Granada está a dos leguas de
Santa Fe), propongo que en estos casos de pandemia global haya una única sala de
máquinas dependiendo de la ONU; una sóla sala de máquinas con poder ejecutivo.
No ha lugar, pues, a la ineficiencia del
cada maestrillo tiene su librillo.
P/S.---
Los caballeros de la foto están, todos ello, tri-vacunados. Como debe ser. El escenario es la playa Bajo de Guía, en Sanlúcar
de Barrameda.
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