El Tribunal
Constitucional ha destrozado y anulado la reforma fiscal. Por
unanimidad. Lo que viene a demostrar que, en algunas ocasiones, se hacen
valoraciones exageradas de dicho tribunal. A Montoro y al hombre de Pontevedra se les habrá
puesto la cara de esparto. Montoro y sus cristobicas vapuleados, no ya por la
oposición sino por tan significativas togas. Abro paréntesis: los niños chicos
de la Vega de Granada llamábamos cristobicas
a los muñecos del guiñol, de ahí que en las obras de títeres del poeta de Fuentevaqueros, el protagonista fuera don
Cristóbal, a quien odiábamos y temíamos visceralmente.
Montoro ideó una descomunal
chapuza. Una chapuza a cosica hecha.
Alguien ha hablado de la incompetencia del ministro. Yo tengo otra opinión. No
es posible tanta torpeza. Se le supone unos conocimientos académicos, tiene un
equipo de expertos y juristas que impedirían esa ristra de insensateces.
Montoro diseñó la reforma fiscal (a la que reiteradamente negó dicho nombre)
premeditadamente. ¿Por qué? Porque sabía que un buen número de amigos,
conocidos y saludados del Partido Popular estaban siendo investigados por no
tener sus obligaciones fiscales como mandan los cánones de la ética y la
estética. Esto lo arreglo yo, pareció decir don Cristobica. Contó, además, que
si algún tiquismiquis llevaba la cosa al Constitucional, éste se disfrazaría de
espantapájaros para no infundir sospechas. Fracaso por partida doble. Primero,
Montoro adujo que, con tales medidas, afloraría una suculenta cantidad de
dinero para las cuentas públicas; los hechos lo desmintieron porque sólo
consiguió rebañar 1.200 millones, que a esos efectos es calderilla. Segundo,
como hemos dicho el Constitucional por unanimidad le ha dado una patada enorme
en la cruz de los leotardos. Y, tal vez, sería útil señalar un tercer elemento
de ese fracaso: Montoro confiaba en la impunidad. La cagaste,
burtlancaster.
Dias aciagos para el Partido
Popular. Posiblemente los más aciagos de su historia. La reprobación del
ministro de Justicia y sus mesnaderos, la citación del hombre de Pontevedra a
declarar como testigo en la Audiencia Nacional por la corrupción de su partido
y, ahora, el descalabro de don Cristobica. Sólo se mantiene en pié por la dispersión
de la izquierda que es incapaz de concretar una acción común con voluntad de
regenerar la vida política. Común, y no cada cual con sus (aparentes) poderosas
razones por su lado. Haciendo publicidad y no política.
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