Un exasperado Alfonso Guerra ha declarado
que «Podemos es hijo de Mariano
Rajoy y de Julio
Anguita». Se trata, naturalmente, de evocar el fantasma de la famosa
pinza de aquellos viejos tiempos. Pero, ante todo y sobre todo, es el grito
dolorido de quien parece percibir que el impulso del clan de la tortilla se va
agotando progresivamente. Es, por supuesto, un error, aunque eso sea lo de
menos. Lo que expresa Guerra es que su tiempo personal ha pasado y que su
tiempo político es pura herrumbre. Tal exasperación no le lleva a seguir los
consejos de aquel filósofo que sugería, sobre chispa más o menos, que debes
callarte cuando no tengas nada nuevo que decir.
Alfonso está triste como la
princesa de Rubén Darío. ¿Qué tendrá Alfonso? Tiene un quintal métrico de
sectarismo y, según algunos de sus escritos autobiográficos, un sentimiento de
que su personalidad no ha sido suficientemente reconocida por los anales de su
partido, que siempre le pusieron–todo lo más-- a rebufo como capataz diplomado
de Felipe González. Que Alfonso ni siquiera se vea honrado como penate de la
socialdemocracia española le ha avinagrado en demasía.
Allfonso ya no da para más.
Entre otras cosas porque no sabe gobernar sus silencios. Las consecuencias, por
lo tanto, de su facundia son algo peor que un error: son la constatación de una
estridente banalidad que repercute en la política mediática de su partido. O,
tal vez, Guerra sigue la orientación de aquel padre abad de antañazo que, por lo
que fuera, exclamó: «Para lo que me queda dentro, me cago en el convento», sin
tener en cuenta que la continuidad del priorato se encuentra en entredicho.
Desde luego es un hueso demasiado
duro de roer que Alfonso vea a un grupo de mozalbetes lampiños subir las
escaleras con envidiable agilidad. Que, tras la quiebra del bipartidismo donde
él se movía a sus anchas, aparezca una nueva generación dispuesta a ponerse el
mundo por montera. Y, peor todavía, que nuestro hombre perciba que esa chavalada
lo quiera hacer socialdemocráticamente.
Yo diría que no es criticable
que Alfonso no entienda el signo de los tiempos. Tampoco lo es su perplejidad
ante las novedades emergentes desde hace unos pocos años. Lo uno y lo otro le
han llevado a un agotamiento intelectual, que ya parece ser definitivo. Torres
más altas han caído. Lo criticable (mejor dicho, lo censurable) es que utilice como exposición un comistrajo
que, en este caso –«Podemos es hijo de Rajoy y Julio Anguita»-- más que un argumento él sabe que es una
invectiva que no se aguanta.
Apostilla.-- Quede claro: he hablado de este caballero
porque a la hora de ponerme a escribir no se me ocurría ninguna otra cosa.
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