(Un intento de explicación)
En ciertos ambientes, así en
Cataluña como más allá del Ebro, se da por sentado que el independentismo en
Cataluña está de capa caída o, afirman otros más rotundamente, en crisis. A petición de algunas amistades de la
Hispania Ulterior me dispongo a dar mi opinión, aunque tartamudeando, sobre tan
importante cuestión.
Primer tranquillo
Puestas así las cosas –esto es,
el independentismo en tanto que corriente de opinión— yo día que dicha afirmación no es exacta. Otra cosa
distinta es el proceso (procés) y su
«hoja de ruta». O sea, entiendo que no es prudente confundir ambos términos:
independentismo y procés. Aunque
dicho sintagma se refiere directamente a la secesión de Cataluña. Digamos,
pues, que el independentismo es la opción política de centenares de miles de
personas que, para entendernos, quieren irse de España y formar un Estado
propio. El procés y su hoja de ruta
es el mecanismo que, según ellos, lo haría posible. Así pues, confundir lo uno
con lo otro sería desacertado. Por estas razones: se hace un diagnóstico
fallido y, de ahí, no se atina en las soluciones, naturalmente si es que se
desea arreglar el problema.
Segundo tranquillo
Lo que está ocurriendo en
Cataluña es que se mantiene el número de partidarios de la independencia, que
supera grosso modo el millón de personas. Sin embargo, el procés está empantanado. El tablero político parece explicarlo. De
un lado, la lectura voluntarista que los dirigentes de Convergència
–especialmente Artur Mas—
tras las últimas elecciones autonómicas se caracterizaron por una aparente
paradoja: la lista de Mas, Junts
pel Sí, sale vencedora, pero el resultado no es un plebiscito, objetivo
fundamental de Mas y sus acompañantes. Ganar unas elecciones se mide por
escaños; el plebiscito lo da el número de votos, y estos no plebiscitaron la
independencia. Con lo que el plebiscito quedó derrotado con claridad.
De otro lado, en dicho tablero
político, existe un litigio sordo entre los convergentes y ERC. Para decirlo
plásticamente: el gallo convergente va perdiendo plumas mientras que el gallo
de los republicanos amplía su plumaje. Los convergentes van perdiendo
autoridad, apareciendo como los únicos responsables del extraño pacto con la
CUP, que consiguió la defenestración de Artur Mas y la investidura de Puigdemont, mientras ERC se
sitúa en la centralidad de la política independentista. Peor todavía: no hay un
mensaje unívoco por parte de CDC, mientras que en Esquerra hay un consenso
macizo, al menos hacia afuera, en torno a la independencia y al procés. Hasta tal punto hay tantos
mensajes diversos en CDC que incluso se puede apreciar la aparición de
contrastes, no irrelevantes, entre Artur Mas y el president Puigdemont. En todo
caso, también en esta segunda ocasión, el sonado corte de mangas de los cuperos
a los Presupuestos de la Generalitat ha perjudicado a los convergentes, aunque
el padre de ellos era Junqueras, primer espada de los republicanos. Lo que no
deja de ser paradójico y –dicho entre nosotros sin segundas-- da que pensar. En el movimiento orgánico del independentismo,
nucleado en torno a la Assemblea
Nacional Catalana, ocurre tres cuartos de lo mismo: una pugna sorda que
se ha visto en las últimas elecciones internas.
Tercer tranquillo
El proceso podrá entrar en otra
fase tras las próximas elecciones generales. Porque, ahora se juega
(aparentemente) otra cosa, en las actuales circunstancias cualquier elección en
Cataluña tiene una poderosa relación con el procés,
aunque exactamente en menor medida con el independentismo, visto
cuantitativamente. Sugiero que este matiz no se eche en saco roto. Esperemos, pues, qué relación de fuerzas se
abre después de las generales en España. Y qué pasará en su segundo acto
importante, esto es, la convocada política, aunque no formalmente moción de
confianza a Puigdemont. Que se supone se hará –cosa que ya se verá-- después del 11 de setiembre con las novedades
que pueda traer.
Cuarto tranquillo
No digo que el procés no tenga importancia. Afirmo que
lo relevante es el nivel de adhesiones que dispone y el que pueda seguir
concitando el independentismo. Porque es en ello donde se concretan las
posibilidades de toda operación plebiscitaria. Más todavía, deberían analizarse
con rigor qué naturaleza tiene el independentismo tal como se está dando en
Cataluña. De momento –lo diremos con un avisado Josep
Ramoneda en una Nueva mutación
catalana, El País Cataluña, 11 de junio 2016— «la raíz del problema está en
una estrategia de escalada que no se corresponde con la fuerza real
disponible», es decir, la base cuantitativa del independentismo. Ahora bien,
más de un millón de independentistas no es algo irrelevante. Por supuesto, es insuficiente
para un proyecto tan ambicioso como la consecución de un nuevo Estado. Pero no
lo es para mantener en vilo la política española y catalana. Máxime cuando una
buena parte de esa cantidad de personas se distinguen por un activismo
militante del que no gozan sus fuerzas adversarias. Lo que, sin duda, provocará
que el núcleo fuerte del independentismo se mantendrá, incluso si es derrotado,
durante décadas.
Quinto tranquillo
Quinto tranquillo
Hay quien mantiene tesoneramente que el
nacionalismo sigue siendo el residuo o la inercia de una cultura arcaica. Pero
ello no se compadece con el salto tan rápido y espectacularmente cuantitativo
de quienes se declaran independentistas. El nacionalismo no es solamente los
residuos de antaño; es, sobre todo, el resultado de la consunción de las
izquierdas tradicionales catalanas, cuyo resultado ha sido la diáspora de miles
de sus cuadros y activistas hacia el nacionalismo. Lo que ha sido referido en
incontables ocasiones, pero no suficientemente analizado.
Una hipótesis de aproximarnos a
la solución del problema catalán, que dicho con más precisión es el problema
español, pasaría porque las izquierdas fueran realmente sujetos políticos útiles en este mundo de la global innovación
y reestructuració, haciendo visibles un bloque social de izquierdas, creadoras
de hegemonía, que es algo más que
mayorías. De unas izquierdas que vayan concretando itinerarios de unidad de
acción, no sólo para gobernar sino para que la sociedad consiga, también, su
propia auto reforma. De ahí que nuevamente aconseje la lectura de toda la
literatura de Bruno Trentin y, especialmente su
obra canónica: La ciudad del trabajo,
izquierda y crisis del fordismo en http://metiendobulla.blogspot.com.es/
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