Leí en las zahúrdas sociales que
Antonio Baños todavía
no ha presentado su renuncia al acta de diputado en el Parlament de Catalunya.
Pero no hice caso ya que la polución informativa en las redes es cosa sabida. Sin
embargo, en La Vanguardia de hoy se nos dice exactamente lo mismo, y es sabido
que dicho diario considera pecado mortal propalar un bulo. O sea: Antonio Baños,
que dijo que renunciaría al escaño por su negativa a compartir la decisión de
sus cofrades de la CUP de no investir a Artur Mas, sigue en aparente paradero desconocido sin acercarse
al negociado parlamentario donde se certifican las renuncias.
Baños tuvo la difícil papeleta
de gestionar la negativa de la CUP, de la que era nada menos que su portavoz,
con su posición favorable a la investidura. No es la primera vez que un
dirigente político, portavoz o no de su grupo, se ha encontrado en esa
posición. Es decir, en el complicado laberinto personal de la «disciplina de
partido» y su propia opinión. En todo caso, Baños hizo lo que coherentemente
entendió adecuado: optar por su propia opinión y, llegado el caso, dimitir de
sus cargos y devolver el acta de diputado a su partido. Vale decir que, al
menos públicamente, su partido se ha portado con elegancia. No así los
cosechadores de traiciones que han apuntado otra muesca en el revólver de su
culata. Dicho lo cual, el todavía diputado Baños, si no quiere estar en coplas,
debería dimitir hoy mismo sin más tardar. O eso nos parece.
En todo caso, daremos por
retirados los anteriores comentarios si el comportamiento de Baños huele a Poincaré. Como es sobradamente conocido
Henri Poincaré fue uno de los matemáticos más imponentes de la historia de esa
ciencia. Pero en cierta ocasión fue un redomado pillastre.
Verán ustedes, nuestro genial
matemático ganó un premio cuando descubrió su teoría de la inexistencia del
caos. Sin embargo, pasado un tiempo (y tras cobrar el premio en metálico) se da
cuenta de que su estudio contiene una serie de errores. Pero dicha investigación
ya había sido publicada en la revista de la Fundación Mittag—Lefler. Poincaré
consigue que se retire la publicación y paga de su bolsillo los gastos de la
reimpresión con las correcciones donde demuestra lo contrario de lo que dijo al
principio. Un paréntesis: tan sólo se le escapó una copia que, andando el
tiempo, dio fe de aquel asunto. Lo sabemos por haberlo leído en la Historia de las Matemáticas, de Ian Stewart, que publicó Crítica primorosamente en 2007.
P/S.-- Que sepan ustedes que todavía no está vendido
todo el pescado. Hay media banasta de japutas en el mostrador de la pescadería.
1 comentario:
Hay una pintada en mi barrio que pone:
"Dimitir no es un nombre ruso.."
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