Lo diré
educadamente: no me parece elegante que Pablo Iglesias el Joven haya llamado a
Alberto Garzón a formar parte de las listas de Podemos. La respuesta de Garzón
ha sido clara: no.
A mi
entender es la culminación de uno de los peores vicios que tiene la política y,
en particular, la izquierda: esa manía de dirigirse directamente al electorado de otras fuerzas políticas que un
servidor considera funesta. Ahora, con este llamamiento a Garzón, cabeza de
cartel de Izquierda Unida, se ha superado ese estilo zafiamente prepotente,
desconsiderado y, por lo que se ve, inútil. Que sólo sirve para enrabietar
todavía más las relaciones de las izquierdas entre sí.
Pregunto:
¿se esperaba Iglesias que Garzón aceptara la oferta? Apuesto que no. Entonces,
¿a qué viene ese convite? Propongo esta hipótesis: se intenta que aumente la
inestabilidad en IU y que aumente la desconfianza de sus militantes y grupos
dirigentes entre sí. Y, a partir de ahí, provocar una Izquierda Unida constantemente
desasosegada, intentando resistir como los últimos mohicanos.
Por lo
demás, no deja de ser inquietante que el marchamo que ostenta Podemos de atribuirse
el protagonismo de la «nueva política» esté salpicado de no poca pus del
navajeo y la puñalá trapera de lo más
viejuno. Algunos pueden pensar que eso
es motivo de escándalo; ahora bien, dejo caer lo siguiente: ¿por qué Podemos iba
a estar limpio, impoluto de los peores comportamientos que en la izquierda han
sido?
Quien avisa
no es traidor: da la impresión que las izquierdas dan por sentado que está
escrito el definitivo agotamiento del Partido Popular. ¿Por qué se va a
producir inevitablemente esa profecía? Peor todavía: con esas trazas se está
dando oxígeno a las derechas, tanto las apostólicas como las que parecen
emergentes. Y como diría Juan-Ramón Capella: «Menos Laclau y más Togliatti».
(Esta foto la tengo gracias al profesor Gregorio Luri)
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