Francisco
I
del Sacro Imperio Romano Germánico tuvo la infeliz ocurrencia de poner en su
escudo de armas esta leyenda administrativa Fiat
iustitia et pereat mundus. O sea, hágase justicia aunque el mundo se haga
trizas. Algún escriba, sentado o no, debería haberle dicho que la justicia está
para arreglar los problemas mundanos, no para que planeta se vaya a tomar por
saco. Pues bien, esta idea es la que parece presidir el escudo de armas del
bueno de Mariano Rajoy, al menos en lo
atinente a Cataluña. Se aplicará la ley a rajatabla aunque se provoque el mayor
seísmo en el nuevo Imperio romano germánico.
De la párvula
sesera de Mariano no sale otra cosa que «se aplicará la ley». Sus corifeos corean cacofónicamente aquello de
«me gusta como bala la ovejita». O sea, más Mariano. Pero no sólo no se resuelve
el problemón sino que, cada día que pasa, se encrespa más y peor. En esta ocasión,
tampoco los escribas sentados de Mariano le dicen: «Oye, que un problema político
de esta envergadura no tiene una solución administrativa». Al contrario, la
cofradía apostólica pugna por dar respuestas cada vez más extremistas: ahora
con la supresión de la autonomía catalana. No han reparado en que, con tamaño
disparate, ya no habría solución posible: centenares de miles de personas se
pasarían con armas y bagajes al independentismo, al grito de «hágase justicia, aunque
perezca Mariano».
Parece
claro que Mariano y sus hologramas no están en condiciones de iniciar la hipótesis
de solucionar el problema. O no saben, porque no quieren –puede ser que no
quieren porque no saben-- o temen a
determinados poderes aparentemente fácticos que se encuentran en sus aledaños o
en la acera de enfrente. En ambos casos se demuestra que sólo tienen en su párvula
cabeza un gambullo de administrativismo, que no de política. Téngase en cuenta
que Más y sus franquicias tienen detrás –sean mayoría o no, todavía no lo
sabemos-- centenares de miles de
activistas organizados, dispuestos a casi todo. Mariano sólo tiene detrás a
centenares de miles de voces invertebradas. No hace falta decir la diferencia
entre lo activamente organizado y lo invertebrado. Si no se quiere ver ello, la
conclusión es tajante: la crisis de la política española y de sus políticos está
en su momento más crítico. Ni siquiera han sacado lecciones del referéndum
escocés y de la lidership que en ese
sentido tuvo el gobierno conservador de Cameron.
Una
hipótesis de solución del problema –una hipótesis no es una certeza-- es el desalojo democrático del Partido
Popular en las próximas elecciones y su reducción a la mínima expresión
posible. Ciertamente, no sólo por el problema que comentamos, pero sí por ello.
Seguimos con la hipótesis: tras el desalojo, el nuevo Parlamento debería
dirigirse al pueblo de Cataluña exponiendo que se abre la gran reforma
estructural del Estado y en él tendría cabida la cuestión catalana.
Es cierto
que el gato escaldado del agua tibia huye. Pero afirmar que «esto ya no tiene
vuelta atrás» es, como todos los dogmatismos, una muestra de irresponsabilidad.
Más todavía, en la mente de los romanos y de los cartagineses debería importar
más el futuro común (siempre imperfecto) que el pasado hecho a trompicones.
Por último,
aquí estamos algunos dispuestos a hacerle un memorándum a Rajoy para concretar
soluciones. Naturalmente siempre que se nos retribuya. La párvula sesera del
ministro Fernández nos dirá que lo hacemos por un «interés crematístico», no
por patriotismo. Pues claro, no vemos la razón de que a él se le pague por no
pensar y a nosotros, que pensamos, no nos caiga una ayudica.
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