«En la
fractura social se corre el peligro de que se insinúe el populismo, es decir,
la patología social de la democracia-régimen que explota la deconstrucción de
la democracia-sociedad», escribe Pierre Rosanvallon (1). Es obvio que, así las
cosas, no es riguroso tachar a Podemos con el sambenito de populista.
Y, sin
embargo, tan grave acusación no sólo no parará sino que se incrementará en el
futuro inmediato. Al menos mientras las encuestas sigan deparando un incremento
en su representación electoral. Lo que indicaría que quienes hablan de esa
manera no tienen ningún tipo de argumentos para contrarrestar ese fenómeno
político tan relevante. Tal vez las preguntas clave sean éstas: ¿por qué están
perplejos y, exactamente, qué temen?
Están
perplejos porque Podemos ha surgido de una manera “anómala”. Viene de las
multitudes que, hace tiempo, conformaban movilizaciones multitudinarias –las
famosas mareas multicolores-- contra las políticas de recortes y destrucción
del Estado de bienestar, contra la corrupción generalizada, tanto pública como
privada, y el declive de la democracia entendido como ligamen fundado en la
igualdad. Cuando preogresivamente aquellos movimientos entendieron los límites
de la movilización exclusivamente movimientista
y dieron el salto –que antes llamábamos de calidad— hacia “la política”,
empezaron las preocupaciones de lo que Podemos llama «la casta». Un inciso:
entiendo que Podemos amplía gratuitamente esa cualificación a formaciones como,
por ejemplo, Izquierda Unida.
Ese
surgimiento de la multitud difusamente organizada provoca una enorme
perplejidad, sin embargo, en todos los partidos. Por las siguientes razones:
saca a masas considerables del desinterés (o desafección) de la política a una
atención al fenómeno político de Podemos; hace emerger una importante izquierda
sumergida a la superficie, creyendo que no puede dejar pasar esta nueva
ocasión; y, finalmente, todo ello está creando una nueva relación, aunque
todavía es temprano para ver en qué sentido se orienta, con la vida pública.
Naturalmente, todo lo dicho provoca un come-come, una desazón, entre la
política instalada, que observaba con fruición que la alternancia en el poder
político era cosa de dos. O, por mejor decir á la Rosanvallon , una alternancia que deconstruye la
democracia-sociedad para lucro (no infrecuentemente espúreo) de la
democracia-régimen.
En ese
orden de cosas, Podemos está siendo tratado como los lugareños del Far West
que, cuando veían a alguien desconocido, preguntaban inamistosamente: «¿Qué
quieres, forastero?». Ahora bien, en este caso, comoquiera que es increíble
llamar forastero en Valladolid a un vallisoletano, el calificativo debe ser algo que exprese
degradación. Por lo tanto, la coz de populista substituye a la de forastero. Pero la coz es, por tautología,
una coz, no un argumento.
Nota. El
primer autor a quién leí en el terreno político la expresión «casta» fue a
Antonio Gramsci, ignoro si hubo alguien que la empleó antes. Si leen –o releen— al
amigo sardo lo encontrarán.
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