lunes, 29 de septiembre de 2014

MÁS SINDICATO EN LA INNOVACIÓN TECNOLÓGICA




1.--  «Lejos de nosotros la funesta manía de pensar» fue escrita en una carta a cierto rey español, de borbónico trapío, por los claustrales de la Universidad de Cervera.   Es una frase lapidaria que encierra toda una filosofía de secano y que, en cierta medida, explica la historia de España y de los contradictorios avatares de su desarrollo científico y técnico. Hablando con propiedad no sabemos hasta qué punto don Miguel de Unamuno hizo suya esta grotesca idea cuando dejó dicho aquello de «que inventen ellos». Naturalmente ellos eran los europeos.  Ahora bien, seremos indulgentes con el rector de Salamanca por su metafísico y angustioso tormento interior, cosa que no consta (o al menos no lo sabemos) de los clausúrales de Cervera. En todo caso, los divulgadores de estas ideas no las tenían todas consigo. Véase, por ejemplo,  al iracundo padre Alvarado, llamado adecuadamente por sus coetáneos el Filósofo rancio: «Más queremos errar con san Basilio y san Agustín que acertar con Descartes y Newton». Lo que a algunos de ustedes les recordará el  no menos célebre escolasticismo de «es mejor acertar dentro del Partido que fuera de él».


Una de las consecuencias de tan calamitosas ideas ha sido su traslación a «lejos de nosotros la funesta manía de innovar». Que ha recorrido, de igual modo, la historia de nuestro país, según nos explica puntillosamente el libro del profesor Jordi Maluquer de Motes, La economía española en perspectiva histórica.

 

2.--  Este libro nos ha recordado cosas que, de manera dispersa, habíamos almacenado en nuestra ya frágil memoria. A saber, la tradicional marginalidad de la innovación tecnológica en España y su relación con la economía y el desarrollo. La munición que almacena el libro desde el siglo XVIII hasta nuestros días lo evidencia. Empezando por la agricultura, que desde hace trescientos años ha tenido una productividad 25 puntos por debajo de la europea hasta la industria.  De hecho, la disparatada frase de Unamuno es la expresión de una concepción ancestral en nuestros lares y explica nuestro retraso de todo tipo con relación a Europa. Hemos sido el campo de cultivo de lo que manifestó el Filósofo rancio: Vade retro, innovación.  

 

Es cierto que las cosas han cambiado un tanto.  Pero el diferencial con los países de nuestro entorno se mantiene; es más, no se puede decir que la innovación sea una de las preocupaciones de las políticas presupuestarias tanto del gobierno central como de las autonomías, hecha tal vez la excepción del gobierno vasco.  Más todavía, los sedicentes planteamientos estratégicos de los diversos gobiernos (ley de sostenibilidad, cambio de modelo productivo y reforma laboral) han supuesto unos auténticos bodrios sin conexión entre sí y ayunos de vinculación a un proyecto general de innovación. Seguimos, pues, sin un proyecto de innovación. El Filósofo rancio estaría satisfecho.

 

3.— Es cierto que un proyecto de innovación va más allá del hecho tecnológico.  Ahora bien, consciente de ello, y esperando otra ocasión para volver a la carga, nos situaremos sólo en este limitado (aunque importante) aspecto.

 

Entiendo que el principal mecanismo de freno del desarrollo de las empresas españolas es el déficit tecnológico. Decíamos en  Nuestro sistema productivo de hojalata  (2011) que ese tapón se manifiesta en varios datos: 1) la inversión media por habitante en el sector de la innovación media por habitante en España son 318 euros, mientras que en el patio de vecinos europeo son 473 euros; y 2) España ocupa la decimoséptima posición en el ranking europeo de gasto en I + D, por debajo de países como Estonia,  Chequía y Portugal. A pesar de esa cartografía española, el Ministerio de Ciencia ha dejado de de gastar un tercio del presupuesto para I + D, y sin dar explicación alguna de ello. Me quito el sombrero ante estos alumnos del Filósofo rancio. Es de cajón que necesitamos cambiar radicalmente este estado de cosas.  La pregunta es: ¿por dónde empezar? No encuentro otra respuesta que allá por donde la debilidad del hecho tecnológico es más visible y por donde –todo lo indica— es más necesario y, a la vez, urgente, a saber, desde el centro de trabajo y la empresa mediante el instrumento de la negociación colectiva. Ello implicaría una nueva relación de los sujetos negociadores con el hecho tecnológico.

 

En ese sentido, conviene un giro estratégico de la tradicional cultura del sindicalismo confederal. Porque la tradicional distancia que ha habido en España con relación a la innovación tecnológica –la que explica el profesor Maluquer en su libro-- también ha afectado lo suyo a los sindicatos. Hasta tal punto las cosas han sido de ese modo que tan sólo en los momentos crisis de las empresas, los planes de viabilidad de los sindicatos han planteado la innovación tecnológica: una posición justa, pero a la defensiva, y casi in articulo mortis.

 

Tiene razón Joaquim González, una persona que conoce el paño, cuando plantea «… que que debemos impulsar  la innovación en todas y cada una de las plataformas de diálogo: patronales, sindicales y administraciones; crear  instrumentos que impulsen y faciliten la alianza de las pequeñas y medianas empresas  a fin de  mejorar su  tamaño, y tener como objetivo la cooperación innovadora, porque son condiciones hoy todavía posibles» en  No hay política industrial sin innovación útil. Ciertamente, no considero que el adjetivo «útil» sea en este caso un perifollo.

 

En concreto de lo que se trata, a mi juicio, es articular una potente trama de negociaciones en empresas y sectores donde la innovación tecnológica sea el eje central. Quede claro que no nos estamos refiriendo solamente a los sectores industriales sino al conjunto del universo del trabajo, también –por lo tanto y por supuesto— a los servicios y a las administraciones públicas.  Este sería un proceso itinerante sin fecha de caducidad, porque el hecho tecnológico ya no se produce como lo hacía antaño, de higos a brevas. Ya no es un acontecimiento espaciado en el tiempo sino diario. A esa trama contractual, a esos contenidos y a ese itinerario de muy largo recorrido lo llamo Pacto social por la innovación tecnológica. «Útil», naturalmente. De ello he hablado, largo y tendido, en http://lopezbulla.blogspot.com.es/2014/09/la-parabola-del-sindicato.html

 

No abundaremos hoy en la necesidad de simultanear la innovación tecnológica con una profunda reforma de las relaciones laborales en sentido progresista. De ello se ha hablado insistentemente en este blog. Pero sí recalcaremos hasta la saciedad que un proceso de innovación tecnológica sin los correspondientes derechos individuales y colectivos sería una reedición del pensamiento del Filósofo rancio, algo que no encaja convenientemente. 

 

 

 


Radio Parapanda.--  Lo social y lo político por Javier Aristu. Y NO TANTA BANCA, POR FAVOR, de Paco Rodríguez de Lecea. 

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