Informamos de la traducción
del segundo capítulo de La ciudad del
trabajo: izquierda y crisis del fordismo (de
Bruno Trentin). Que se publica en su blog correspondiente: CAPITULO 2. LA
CRISIS DEL MANAGEMENT Y EL FINAL DE LAS VIEJAS CERTEZAS
Con la idea de picar la curiosidad de nuestras
amistades y conocencias se ofrecen aquí tres párrafos del mencionado capítulo.
Así pues, demos la palabra al autor.
PRIMERO. Esta contradicción creciente entre la
tendencia, inducida por el uso de las tecnologías informatizadas, a aumentar
los requisitos profesionales de las prestaciones del trabajo –en términos de
control de la calidad del producto o en términos de competentes capacidades de
decisión e intervención en las situaciones cada vez más numerosas que deben ser
corregidas o variar el flujo productivo o suplir las imperfecciones de las
máquinas (o de su programación) y el aumento de la inseguridad en la duración
de la relación de trabajo, también ahora en el modelo japonés del empleo de
“por vida” para una minoría de trabajadores— acentúa la resistencia
motivada entre los mismos trabajadores a
la hora de afrontar el trauma que se deriva de un cambio radical de su modo de
trabajar y el coste, incluso psicológico, de tener que reemprender, en
edad madura, una nueva experiencia de carácter formativa.
Esta profunda e inédita contradicción que emerge en
todas las formas de organización del trabajo, obligadas como están a ajustar
las cuentas con la crisis del sistema taylorista y con la gradual superación
del modelo fordista de producción estandarizada, abre ciertamente un espacio
nuevo a la iniciativa de los trabajadores organizados, también en el campo de
la negociación colectiva una mayor
autonomía de decisión en la prestación
laboral y un poder de codeterminación tanto en los objetivos cuantitativos y
cualitativos a conseguir en el proceso productivo como en los instrumentos que
deben activarse para realizar similares objetivos, comenzando por la
organización del trabajo y los sistemas horarios.
Segundo. Por lo demás, también en Italia surge una
conclusión similar de una corriente de
la cultura socio-económica prejuiciosamente orientada a la contestación de la
persistencia de una sociedad dividida en
clases sociales (en el “esquema” marxista) y de la relevancia del conflicto de clase en la interpretación de las
transformaciones de la sociedad civil. También en Italia hubo una abundante
literatura sociológica que asumía como criterio determinante para concretar la
identidad –y la supervivencia-- de una
clase social (y sobre todo, naturalmente, de la “clase obrera) el criterio de
la renta percibida por los diversos grupos de ciudadanos o del máximo de su
estatus formalmente reconocido. Este criterio, como elemento de discriminación,
más allá de negar en la raíz la naturaleza del trabajo asalariado --es decir,
su esencia-- ante todo, el trabajo subordinado heterodirecto, puede
conducir a conclusiones, no sólo parciales, sino frecuentemente erróneas y
paradójicas. En Italia se han hecho confluir en la categoría vaporosa de
las “capas medias” emprendedoras, profesionales liberales,
empleados, técnicos y obreros altamente especializados; sin embargo, en
Norteamérica se entiende –quizás más correctamente— como “clase media” incluso
el trabajo asalariado (de los empleados y obreros) establemente ocupado, en
contraposición, de un lado, a la upper
class de los managers y los grandes “poseedores”, y de otro lado, a los
trabajadores precarios, los desempleados, los poor workers y los marginados.
Ahora, tal diagnóstico liquidador del principal
referente social de la izquierda, más que cualquier amplia disertación, da
testimonio del definitivo divorcio desde hace bastante tiempo en una parte
relevante de la izquierda occidental entre la ingeniería sociológica y una
sistemática búsqueda sobre las transformaciones sociales que realmente están
operando, sobre las transformaciones rapidísimas del mundo del trabajo subordinado en todas sus múltiples
articulaciones y sobre los cambios
súbitos del concepto mismo de trabajo.
Tercero. En vez de asumir plena conciencia de las
raíces más profundas de la presente crisis de identidad, una gran parte de la
izquierda occidental –renunciando al principal referente político y
social-- corre el peligro de replegarse
hacia la cooptación de una “clase política” caracterizada, cada vez más, por un
compadreo con la gestión del poder estatal y por una intrínseca relación de solidaridad entre sus componentes
y no de ejercer un papel de
representación de un área significativa de la sociedad civil.
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