Mi amigo Manuel Martínez Morales, reconocido
dirigente sindical de CC.OO. de Aragón publica en su blog un contundente
artículo, ¿Y tú qué haces?, al que debería dársele mayor publicidad. El trabajo, que tiene
resonancias kennedyanas, analiza el lamento de no poca gente: ¿qué hacen los
sindicatos por mí? De ahí que Manolo Martínez le dé la vuelta y, sin arrugarse
lo más mínimo, coge el toro por los cuernos y sin contemplaciones responde: ¿y
tú qué haces? Es como si dijera: oye, ya está bien de la queja lastimera; sabes
que hay mucha gente que, como tú, está en igual o parecida situación;
centenares de miles de personas que, además de quejarse, están agrupados entre
sí, organizados en el sindicalismo de sus preferencias; centenares de miles de
personas que, con su cotización, dan soporte a una organización que te
defiende, también a ti que no pagas un duro. Comoquiera que, afortunadamente, la
sindicación es un acto libre, no te llamaré incívico. Pero sí parece que eres
un gorrón, un aprovechao.
O, si lo prefieres, un freerider,
que suena más elegante pero dice lo mismo. Así pues, comparto sin
reservas lo que dice Manolo.
Así están las cosas: hay mucho gorrón
suelto por esos mundos de dios. Ahora bien, el sindicalismo confederal no puede
quedarse en esa consideración tan elemental. Y de la misma manera que, en el
transcurso del tiempo fue capaz de hacer trasladar el voto en las elecciones
sindicales que iba dirigido, tiempo hace, a las candidaturas llamadas
independientes hacia las organizaciones confederales, ahora debe encarar de qué
manera hay que meterse en la harina de encuadrar a esos millones de personas
que todavía no están afiliados, incluidos los gorrones.
El problema
que se nos plantea es: ¿cuál es el mecanismo de freno que impide esa masiva
afiliación? Porque el problema de los gorrones es nuestro problema, y en algún
lugar debe estar ese mecanismo de freno. ¿Está en la representación? Esto es,
¿se encuentra en las formas de organización dentro y fuera de los centros de
trabajo que condicionan un tipo concreto de plataformas reivindicativas? No
quiero insistir más sobre la naturaleza de los comités porque corro el riesgo
de ser un plasta. Pero entiendo, lisa y llanamente, que mientras exista el
comité la gorronería seguirá en sus trece. Porque, digo yo, ¿qué sentido tiene
que me afilie si tengo el comité a mi disposición? Lo que, además, permite que
el desparpajado aprovechao siga diciendo “sindicato, ¿qué haces
por mí?
Seguro que alguien dirá que la cosa
no va por ahí. Vale, pero entonces ¿por dónde? Hay que dar en la tecla.
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