Al final se descubrió el pastel:
Jimmy Carter no es quien Raül Romeva se pensaba. Este
Romeva ejerce de putativo ministro de relaciones internacionales de la
Generalitat de Catalunya. Un paréntesis: busquen la palabra «putativo» y verán
que no es un insulto ni nada que se le parezca
La diligencia paroxística de
Romeva es inversamente proporcional a los resultados que consigue. Este
frenético caballero viaja por los cuatro puntos cardinales del planeta
recabando apoyos diplomáticos y políticos para la causa de la independencia
catalana a costa de los impuestos que pagamos todos. La gallina de sus
resultados acaba convirtiéndola en un pavo real. Humo, solamente humo.
Este Romeva organizó el viaje de
Carles Puigdemont a
la residencia del presidente Jimmy Carter.
Fotos, apretón de manos y vuelta a Barcelona. Los titulares de la prensa independentista
dieron a entender que el ex norteamericano apoyaba la causa. Romeva eufórico,
Puigdemont en estado de deliquio. Y sus parciales celebrándolo por todo lo
alto. Pero ya lo dice el viejo refrán de Parapanda: se pilla a un tramposo
antes que a un cojo. Porque, en menos que canta un gallo, Carter dice que nanay,
que él no se mete en esos comistrajos. Romeva y Puigdemont –o, si se prefiere, Puigdemont
y Romeva-- han vendido una mercancía averiada, un matute tan falso como los
viejos duros sevillanos. Oro del que cagó el moro. Plata de la que cagó la
gata.
El caso es que Carter recibió a
la comitiva por educación. La cortesía está por encima de casi todo, debió
pensar el ex presidente. Sólo y solamente eso: buenos modales. El resto es pura
engañifa a propios y extraños. Y lo peor: instrumentalizar a un anciano, aunque
–por lo que se ve-- se mantiene en
forma. Es lo que tiene la venta de mitos. Y en lo que a mitos se refiere les sugiero que,
aprovechen estos días de Semana santa, para leer sosegadamente el libro del profesor Joan
Lluis Marfany, Nacionalisme español
i catalanitat. Todo un ajuste de cuentas con una historiografía
nacionalista de baratillo. Naturalmente, los mitógrafos subvencionados le están
poniendo a caldo. Lógico, por lo demás. Una cosa es la canción de gesta y otra,
bien diferente, es la historia. En suma, el mitógrafo puede admitir a pies
juntillas que, cuando lo de Roncesvalles, «en París está doña Alda, la esposa
de don Roldán». El historiador responsable debe contestar: «Conque esas
tenemos, ¿eh?».
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