Alfred Bosch no es un cualquiera en Esquerra Republicana de Catalunya.
Fue presidente del grupo parlamentario de su partido en Madrid, ahora es el
portavoz en el Ayuntamiento de Barcelona. Hombre templado que está muy lejos de
tener los modales y aspavientos del político-jabalí. Simplemente no va con él.
Ahora, en pleno fragor de las solidaridades –fingidas o no-- con los encausados por los escándalos del «3
por ciento» se ha desmarcado con claridad de quienes afirman que tales casos de
corrupción son un cuento chino o, por mejor decir, una invención del Estado
contra el pueblo de Cataluña (1). Esta es la tesis grotesca de Artur Mas y sus masoveros. Que
viene de tiempos lejanísimos y está emparentada con el «enemigo exterior». Y
que, también, hunde sus raíces en los regímenes autoritarios de toda laya.
Atacar o actuar contra el Jefe y su partido es hacerlo contra toda la
comunidad. Es como si el Jefe tuviera una inmunidad personal al margen de la
ley, de los usos y de las costumbres. El Jefe no está sometido a ningún
imperativo categórico.
Alfred Bosch no ha querido
participar en esa enorme patraña. Y lo hace desde su inequívoca militancia en
la causa del independentismo. Con lo que su opinión tiene, así las cosas, más
importancia que la de quienes no somos independentistas. Porque Bosch le está
diciendo a Artur Mas: oiga, apechugue usted con lo que ha hecho.
Ahora bien, comoquiera que
estamos hablando de política vale la pena recordar que, en las palabras de
Bosch, también hay política. Porque se inscriben en el contexto de una pugna
sorda entre el partido de Mas y Esquerra republicana por el control y la
dirección del proceso independentista. Entre los alocados ex convergentes y los
en apariencia más templados. En apariencia, digo. Un proceso que ahora entra en
una fase de crispación exponencial con la propuesta de la desconexión exprés
que la mayoría parlamentaria catalana quiere llevar a cabo. Justamente como
loca reacción contra la ciénaga financiera de la vieja Convergència. Que ahora
acumulará más estiércol con la oferta de uno de los socios de Millet: pactar con la
fiscalía una reducción de penas a cambio de desvelar los intríngulis del caso
Palau. Donde Convergència robaba a Cataluña.
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