Las grabaciones que hicieron los
servicios secretos españoles al entonces rey Juan Carlos me sugieren una serie
de cavilaciones. No entro en el contenido de las mismas porque es irrelevante
para lo que pretendemos decir. Comoquiera que es fácilmente imaginable que se
hicieron sin orden del Juez podemos llegar pacíficamente a esta conclusión: si
se graba de esa manera al Jefe del Estado, aquí no se libra ni el último de la
fila. En suma, estas cloacas del Estado están fuera de la legalidad del
espacio-tiempo. Funcionan con órdenes verticales sin dar cuenta a nadie. Por lo
que ni siquiera son «secretos de Estado» sino un almacén de datos para que dos
o tres gerifaltes acumulen poder de intimidación.
Ya es sospechoso que aparezcan
ahora. Salen ahora porque Juan Carlos no pinta una oblea; por lo tanto, las
consecuencias de las grabaciones son irrelevantes. Pero pretenden significar
una exhibición de poder y control. ¿A quién? A todo el mundo, y tal vez al
sexto Felipe. Es el mensaje siguiente: os tenemos en la lista. Digamos, pues,
que Alain Minc se quedó corto cuando habló,
tiempo ha, de las zonas grises de la
democracia. Son, más bien, los agujeros negros de la democracia.
Por otra parte, la filtración de
dichas grabaciones tiene un interés crematístico: el parné. El pago de unos
emolumentos para establecer una cadena de negocios. Tan sólo las almas de
cántaro creerán que es un ejercicio de transparencia. Ese tipo de transparencia
es puro estiércol. Bussines.
Es, en definitiva, un negocio. De
muchos millones. Exactamente igual que los servicios que contratan las empresas
para ver si Fulano o Mengano son de una u otra manera. Igual que la Operación
que en su día montó el Beato Fernández
Diaz, ministro del
Interior, contra políticos catalanes. Igual que las listas de magistrados
desafectos al independentismo catalán de las que hiciera gala un juez inhabilitado
de cuyo nombre no quiero acordarme. Pura acumulación de poder, mero ejercicio
de control.
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