El Gobierno catalán sigue
confundiendo su propio culo con las
témporas de la Unión Europea. Ahora, su vicepresidenta y portavoz, Neus Munné ha vuelto a la carga: «La UE no puede ni dará la
espalda al referéndum» (1). Por supuesto, nunca lo argumentó, ahora tampoco.
Normal: nunca se atribuyó sensatamente capacidad de razonamiento a los
esfínteres. Entonces, ¿por qué se insiste? Sería cosa de esbozar algunas
hipótesis, siempre aproximadas sobre el particular.
En primer lugar, cabe la
posibilidad de que la doña lo crea. Lo que demostraría que, en la más amable de
las suposiciones, sea una ingenua. En segundo lugar, puede que esta señora sea
más ignorante de lo que algunos le suponen. Y, finalmente, no es descartable
que la arenga tenga un carácter de agitación y propaganda para el consumo
interno y elemento de cohesión de sus allegados. Que, según los más avisados,
sería la hipótesis más probable. Sin que ello implique merma alguna de su
ingenuidad e ignorancia. Y representaría que todo el tinglado de esta nueva farsa
estaría montado sobre la base de artificios mil.
Primero fue el divino Romeva: «en cinco minutos
de proclamarse la independencia, la Unión Europea concederá el ingreso a
Cataluña», afirmó con esta chuchería del espíritu. Pregunté por qué. La
respuesta fue chocante: «Hombre, es una licencia, una metáfora». Y, tal vez por
ello, el flamante poeta fue nombrado Conseller de Asuntos Exteriores. Más
adelante, la consigna en ristre se convirtió en una organizada engañifa. O, por
mejor decir, en un dogma teologal que deben creer a pies juntillas los
creyentes y los gentiles.
El president Josep Tarradellas lo avisó
en su día: «En política es pot fer tot, menys el
ridícul». Muy pocos le hacen caso al viejo zorro. Dicho sea con el tono más
respetuoso.
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