El hombre de las Azores lleva
unos días muy ajetreado. Con dos comparecencias públicas en poco menos de un
par de semanas parece desmentir a propios y extraños que estaba amortizado.
Ayer volvió a las andadas para volver a sentar cátedra sobre las dolencias
existenciales de España. Tan obsesiva contumacia me permite proponer esta
hipótesis. Queda dicho, hipótesis.
No parece, pues, que el
caballero tenga como único objetivo participar en la lucha de ideas y esparcir
el maná de la casquería ideológica a los creyentes y a los gentiles. Aquí hay
algo más. Es la reacción visceral de quien se siente ninguneado y, según cómo,
agredido por los suyos. Por ejemplo, la
verdad aznariana del Yak 42 fue puesta en entredicho por el Alto Rajoyato y los
parches sor Virginia sobre la cuestión catalana han puesto al hombre de las
Azores al borde de un ataque de meninges. Era obligada, pues, la reacción del
caballero. Es su guerra de trincheras.
La reacción de quien atisba el
signo de los tiempos que vienen de Norteamérica con ese Trump encima del pódium. De quien cree
que en un corrimiento más explícito todavía de la ultra derecha en Europa. El
hombre de las Azores piensa que puede tener otra oportunidad en la guía del
país.
Aznar no tiene programa
político. Por ahora. Lo suyo es España, hundir a Cataluña y bajar los
impuestos. Lo suficiente para introducir en ese triángulo equilátero unas
cuantas variables. Un proyecto de garrafón, pero rociado con muchos billetes,
billetes, billetes verdes. El hombre rubio de la Casa Blanca no será tacaño. Y,
a partir de ahí, iniciará su operación Reconquista.
Se ha dicho antes: se trata de
una hipótesis. Pero, equivocada o no, es posible. En todo caso, ahí la dejo
como modesto aviso para navegantes incautos. Especialmente para pilotos de
cabotaje.
Nota bene. Como es natural, la foto que
preside esta entradilla nada tiene que ver con lo que se dice. Es simplemente
un recordatorio de notable interés.
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