Dispensen
la ministra Báñez y
sus añagueros mi tonillo pontifical: creo que, en el mejor de los casos, no
saben de qué están hablando con la propuesta de finalizar la jornada laboral a
las seis de la tarde. Más todavía, entiendo que no tienen una cabal idea de a
qué país, ni a qué estructura económica se están refiriendo. Un país
mayoritariamente de servicios no encaja en ese planteamiento. Más todavía, la
flexibilidad negociada de las oportunidades –no la flexibilidad impuesta de las
patologías-- se da de bruces con lo
expresado tan disparatadamente por esta señora.
Ahora
bien, Báñez ha abierto el melón de los horarios en España. Y, tras decirle que
no, los sindicatos sabrán si es el momento de tomarle la palabra y transformar
ese dislate en algo con cara y ojos. Algo serio. Que por la vía de los
convenios colectivos recupere la idea de la reordenación y reducción de los
horarios. Con un entramado contractual
tanto en los sectores como en el territorio. Con experiencias piloto que vayan
haciendo tanteos sucesivos.
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