El quilombo que se armó ayer en
el congreso de defunción de Convergència
democrática de Catalunya fue de armas tomar. Los congresistas de este partido,
que fundaran Jordi Pujol
y sus costaleros, gritaron, parearon e hicieron cortes de mangas como nunca lo
habían hecho en su vida a lo largo de la biografía del partido. Nunca hubo
tanta música de viento en CDC, que como se sabe es un partido de orden. El
mismísimo corresponsal de La Vanguardia no tuvo reparos en calificar que
aquello fue una auténtica «tangana». ¿Por qué se organizó tan sonada
zapatiesta, digna de las tradiciones de las izquierdas que en el mundo han
sido, de las presentes y, tal vez, de las venideras?
Esta mañana, mientras iba a
comprar mis tejeringos, me he encontrado con uno de los asistentes a la zahúrda
convergente. Una persona sesentona, temperada, de esas que por aquí llamamos
con «seny». Le pregunto qué les ha sucedido. Y, todavía con cierta afonía, me
pone al corriente y saca la lengua a pasear.
«Pensábamos que íbamos a un
congreso radicalmente nuevo. Creíamos que Artur Mas nos daría las claves de por
qué el partido inició voluntariamente su viaje al infierno: homologarse con
Esquerra Republicana de Catalunya, pactar con la CUP y, sobre todo, orientarse
a un viaje estúpido de enfrentamiento con los poderes del Estado con el
objetivo de tapar nuestras propias vergüenzas antiguas y presentes.
» Ni siquiera la gradual pérdida
de votos en las sucesivas elecciones dio que pensar a los dirigentes del
partido. A mayor descalabro, mayor enloquecimiento político. Y, por lo tanto,
menor influencia en Catalunya y España. No teníamos otra opción que refundar el
partido. Pero lo que, en principio, parecía apropiado, pronto se vio que se
estaba cocinando una vieja martingala con
el mismo aceite de muchas fritangas anteriores. La única idea que se nos
proponía era, en realidad, el cambio de nombre de partido y algunos ajustes en
la sala de máquinas del ya destartalado trasatlántico. La operación, llamada refundación,
no era ni siquiera un baldeo de cubierta.
» Los silbidos no se produjeron
por el fracaso de la línea política del partido, sino por la ausencia de
explicación –de asumir responsabilidades, también— de nuestro disparatado
proceder de los últimos años. Y porque, para liderar la nueva cosa, se proponía a los mismos que
fueron dilapidando el capital político de Convergència. Después la bronca entró andante con moto cuando nos presentaron dos nombres --de chichinabo, como si fuésemos una ong-- del nuevo partido».
Abro paréntesis: no le pregunto
por la corrupción, las sedes embargadas y demás comistrajos porque entonces –pienso-- que tal vez mi locuaz confidente se cierre en
banda y se corte la comunicación.
«Así es que –continúa mi
involuntario corresponsal-- entramos en
el congreso con nuestros apellidos y salimos sin ellos. Entramos en la sala
llamándonos convergentes y salimos sin nombre, sin filiación paterna ni
materna. Aunque físicamente nos fuimos del congreso divergentemente y sin apellidos.
» Me conoces lo suficiente, José
Luis, para saber que te hablo muy de veras. Hace treinta y cinco años que se
rompió el PSUC, tu partido. Mi padre, que
era un viejo pujolista hasta las cachas, me dijo: «No te alegres de la ruptura
de ese partido; eso tendrá unas repercusiones muy negativas para Catalunya». Me
lo dijo cuando yo le manifestaba que ya teníamos un contrincante menos».
Mi interlocutor parece agotado,
mis tejeringos se enfrían y el café mañanero me espera en casa. Mi amigo
setentón necesita descansar. Le pido permiso para publicar nuestra conversación
en Metiendo
bulla. Me responde
pícaramente que será su pequeña venganza.
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