Lluis Casas
Tal vez les sorprenderá que con lo que está cayendo estos días les salga un
servidor a comentarles cuestiones que parecen estar lejos de la actualidad.
Pueden tener razón, pero personalmente opino que anticipar problemas para
tratar de evitarlos siempre es cosa correcta (y entre nosotros, no está el
ánimo para reflexiones al respecto de la actualidad). Ahí va la digresión.
Es sabida la enorme fuerza que en Catalunya tienen las sagas familiares en
las zonas de poder. La industria y el comercio (con menos éxito las finanzas)
han sido tradicionalmente territorios en donde la familia se ha constituido
como eje transmisor del patrimonio, de la gestión empresarial y de la
influencia sobre y en el poder institucional, gremial o bancario.
Recientemente hemos asistido a la caída (de momento circunstancial) de una
saga familiar en el momento del primer relevo. Acertaran ustedes si piensan en
los Pujol-Ferrusola. Esta saga hizo un camino distinto del tradicional, tomó el
poder político a caballo del catalanismo resistente y lo ejerció durante muchos
años directamente o por persona interpuesta. Desde esta plataforma planteó su
acceso a ser gran fortuna, mediante una curiosa filosofía patriótica: Catalunya
nos lo debe. En ese intento y por la desfachatez y la torpeza tan reconocida en
los cambios generacionales, se hundió como plataforma de poder político y (tal
vez) como generadores de su propia gran riqueza.
No creo que los cambios en la economía y los negocios alteren mucho esta
vieja tradición de un país muy discreto y muy dado a disimular acuerdos y
negocios. Tampoco pienso que la política se haya vacunado al respecto. Y, me
temo, que con ligeras variaciones se está produciendo el ascenso de una nueva
familia al entramado institucional de Catalunya.
Se trata con toda probabilidad de un concepto familiar distinto al
tradicional catalán, que, en todo caso, modernizaría el concepto genético de
familia, abriéndolo al estilo romano a la adopción filial y a los clientes (el
entramado de amigos, proveedores o compradores de favores agrupados en
torno de un núcleo impulsor). Una familia más amplia y diversa que la
acostumbrada, pero constituida también por una figura que en Roma era “pater
familias” actuando como eje tributario y como líder hegemónico. Coppola nos
mostró su funcionamiento en la Nueva York de los cuarenta y en el peculiar
territorio de la mafia, en una más que soberbia actuación del gran Marlon
Brando.
Tampoco es una novedad absoluta esa construcción de saga familiar mediante
aportaciones no genéticas, En La Caixa y en otras instituciones de variado
tipo, el líder saliente construye, alimenta y nombra de facto a su sucesor, que
protegerá y cuidará la herencia recibida en la fase de retiro aparente del
hacedor. Una manera de que todo cambie para que todo siga igual, al estilo lampedusiano
del Gatopardo, que no hemos leído pero si visto en la extraordinaria película
de Visconti.
Sorprendentemente esta “creación” se está generando no en el territorio
propio de la tradición, que es el ámbito de los negocios, sino en el mundo de
la política alternativa. Tampoco se edifica en zona conservadora, sino en la
trinchera de la oposición popular. Una posible réplica modernizada a la saga
Pujol-Ferrusola, surgida bajo el franquismo.
La formación primigenia de ese núcleo familiar-clientelar en formación se
halla en el modernísimo mundo mediático y en la privilegiada posición del
conocimiento sociológico. Ahora nada puede ocurrir sin la capitalización
mediática, ni sin habilidades intelectuales. Lo sorprendente es que a esa
plataforma de la imaginería se hizo el salto desde las reivindicaciones
populares radicales y desde un apoliticismo primario, muy tabernario.
Las circunstancias políticas y económicas, el entorno de desconfianza
profunda hacia un sistema que está generando amplias capas de desposeídos, la
frustración frente a la falta de cambios reales elementalmente necesarios ha
creado un “ambiente” favorable a la expansión desde posiciones que han
acumulado capital creíble y divulgable. No es una creación desde la nada, al
contrario hay un excelente capital acumulado, suficiente para legitimarse sin
vergüenza.
Es imprescindible resaltar que esas sagas familiares de influencia siempre
tienen límites de expansión. No se las puede comparar con partidos políticos o
sindicatos, en donde se juega una partida permanente de hegemonía y
responsabilidades. La familia es un núcleo duro, cerrado hacia afuera, sin
transparencia ninguna y habitualmente negacionista respecto a su juego y
existencia. Tiene además la llave de la sobrevivencia física y económica de
todos los miembros, de ahí el concepto de traidor, única vía alternativa a la
familia, si exceptuamos al hijo pródigo.
Esas condiciones, alejadas de la democracia, aunque fronterizas con el
asamblearismo imperfecto y con estructuras opacas, hacen que se deba ser
cuidadoso con su promoción. En las estructuras políticas, el ascenso se debe a
la capacidad y al reconocimiento, al menos teóricamente y oficialmente. En la
saga familiar la pertenencia lo es todo y el debate sobre capacidades,
sabidurías y habilidades acaba siendo el debate del “o yo o el caos”.
Es hora adecuada y, por los resultados electorales, necesaria para definir
unas formas políticas alternativas no dependientes de la vinculación familiar,
personal o clientelar, que permitan garantizar un funcionamiento abierto,
regulado que valore el activo aportado por todos y evite que la opinión
colectiva sea la propuesta ineludible del patrón o patrona. Que en Roma, como
aquí también existían.
Seguiremos el asunto, presten atención a su entorno.
Lluís Casas desde Nueva Zelanda, en donde se vota masivamente desde la
playa si es necesario.
Radio Parapanda. Ha muerto el
maestro Juan Habichuela. Crespones negros en
Granada.
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