Gaetano Sateriale*
En su última entrada en “Il Diario del
Lavoro”, Riccardo Sanna nos estimula a repensar algunos términos típicos del
debate político y sindical (reformismo, progresismo, radicalismo, liberalismo…)
a la luz del qué hacer antes de optar por lo estático de la pertenencia (1).
Todo ello en muchos campos: sindical, económico e institucional. He intentado
mirar esa “provocación” como si fuera un espejo haciendo algunas
consideraciones, y me doy cuenta que he simplificado mucho los conceptos.
1.-- ¿Es posible ser simultáneamente
reformista y radical? Creo que sí. Que es posible y, en cierta fase,
indispensable, especialmente en una organización de parte como lo es el
sindicato. Recuerdo, en apoyo de esta tesis, las primeras reestructuraciones
industriales de los años ochenta, tal vez el único ejemplo, aunque
controvertido, de política industrial del país. En aquellos entonces se abría en
el sindicato una clara bifurcación: o ser un sujeto activo (de tutela del
trabajo) en los procesos de reorganización de las fábricas y sectores, negociar
y firmar acuerdos, incluso haciendo sacrificios («Cortes en la sangre viva del
sindicato», según la expresión de Sergio Garavini, defendiendo sus razones) o
situarse en la oposición y sufrir, sin mancharse las manos, las decisiones de
las empresas. El sindicato optó en general por el “reformismo”, negoció cierres
de empresas, millares de jubilaciones anticipadas y movilidad. En cualquier
caso fueron acuerdos rápidos (una especie de reformismo pasivo) para
testimoniar la presencia del sindicato en vez de su efectiva capacidad de
tutela. En otros casos fueron acuerdos en los que el sindicato consiguió
introducir, con la tenaza y radicalidad necesarias (y con muchas horas de
huelgas y ocupaciones) gérmenes de innovación y mejora incluso en la gestión de
la crisis: nuevas inversiones, mejoras retributivas y de la organización del
trabajo.
2.--
Sin duda, en la crisis más grave de la posguerra (social, económica,
política, institucional, …) hubo necesidad de más innovación y más
“reformismo”. No bastaba sólo con defenderse. Pero ser reformistas no significa
que todas las “reformas” estén bien. Si
se empobrece el trabajo, único recurso estratégico en la globalización, se
comete un grueso error de política económica y social que debe ser combatido de
manera explícita y radical. Si tras haberlo hecho, el Gobierno descubre que en
el país existe un “problema social” hay que pensar que aquella cultura de la
que el gobierno se jacta cada día no merece el adjetivo de “reformista”.
Paralelamente, si en las reformas
institucionales y constitucionales llevadas a cabo, la “certeza del resultado
electoral” y la “gobernabilidad” se han conseguido a través de la reducción del
poder legislativo en Roma y de los poderes ejecutivos de las Regiones y
Ayuntamientos italianos, yo diría que la reforma, así entendida, se orienta
hacia el pasado. Divide y no refuerza la relación entre ciudadanos y
representación política, de un lado, y, de otro lado, la capacidad del gobierno
sobre los procesos económicos reales. Son reformas que van contra los
principios de la participación y subsidiariedad, y para ello es necesario
movilizar con un reformismo más radical y coherente.
3.--
¿Necesita hoy el sindicato más “reformismo”? Pienso que en esta fase es
necesario tener más “visión”, más proyecto, más innovación, incluso más “utopía”.
Es necesario interrogarse hacia dónde va el mundo, cómo se está transformando
el trabajo, y cómo el sindicato debería ser más eficaz representando
(contractualmente) las nuevas exigencias del trabajo y de la sociedad. Y por
ahí podremos imaginar y proyectar el sindicato del 2020. Estamos en los inicios
de la discusión, esperemos que continúe y se enriquezca.
* Gaetano Sateriale es Coordinador del Piano del Lavoro de la CGIL.
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