Carlos
Arenas
arranca sus Reflexiones encadenadas en
relación al 22 M ,
analizando los comicios andaluces (https://encampoabierto.wordpress.com/2015/03/24/reflexiones-encadenadas-en-relacion-al-22-m/)
con los niveles de abstención: el 36% de los votantes andaluces no ha
votado –9 puntos más que en las elecciones autonómicas de 2008-- y casi el 3%
por ciento lo ha hecho en blanco o nulo. Estamos, una vez más, ante el cáncer
de la abstención.
Hace bien don Carlos, doctor en Historia,
en recordarlo porque todavía es hora de que alguien solvente nos traiga a mano
tan importante dato, especialmente quienes
esperaban una participación electoral fuera de serie. Lo cierto es que
dicha participación ha subido un modestísimo 3 por ciento.
Yendo por lo derecho: también en estas
elecciones, en un contexto de gran tensión política, de movilizaciones sociales
y de notables expectativas, una gran cantidad de ciudadanos no han acudido a
las urnas. Una enorme masa que les ha dicho «no nos representan» a todas las
candidaturas. ¿Se puede hablar de nihilismo de masas? Pues claro que sí, y no
sólo a las fuerzas tradicionales sino también a las emergentes.
Una primera conclusión provisional: el
nivel de participación política todavía no es suficiente. Mejor dicho: es
insuficiente para hacer cambiar las políticas de regeneración democrática y
alternatividad a las derechas. Lo que, hablando en plata, quiere decir que el
malestar social, expresado en las calles, de un lado, no es suficiente y, de
otro lado, lo que se mueve en ese terreno no se traduce en alternatividad
política clara.
Hay algo más: la unidad social en el
ejercicio del conflicto está acompañada de la dispersión política de quienes
ejercen el conflicto. No sólo en la dispersión política sino en el
enfrentamiento político de quienes se atribuyen ser el cambio, bien en
solitario o bien acompañando a los partidarios de ese cambio. Ciertamente siempre fue muy complicado que la
política –me refiero a las izquierdas-- fuera un agente eficaz de intermediación
de las reivindicaciones sociales. Máxime si las formaciones de izquierda
compiten entre sí de manera desaforada por el monopolio de la representación
del conflicto. De modo que el estilo unitario de la movilización social choca
abruptamente con el método de confrontación de la competición política. Con lo
que lo que ocurre en realidad es que se consoliden las líneas paralelas entre
el conflicto social y el político sin encontrar momentos de encuentro.
Así las cosas, mayoritariamente el voto
del conflicto social se ha redistribuido, ha pasado de unos caladeros a otros,
dejando intacta la enorme bolsa del nihilismo abstencionista. De manera que el
«no nos representan» es más profundo de lo que ingenuamente algunos creían.
Quién sabe qué proyección tendrá este
problema en el curso electoral de este año, pero lo más seguro es que si no se
corrige inmediatamente el tipo de
relaciones entre los que se atribuyen –con o sin razón-- el protagonismo del cambio, los resultados no
serán tan satisfactorios como piensan los que repican las campanas llamando a una
fiesta que está por ver.
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