Hasta donde
yo recuerdo es un lugar común definir determinadas movilizaciones
(especialmente cuando son de gran relevancia) como «espontáneas». Ahora, con
motivo de la presión de masas en Turquía algunos politólgos de alto copete y ciertos
periodistas de postín, igual que lo hicieron en la primavera árabe, insisten en la perezosa definición del espontaneismo
para definir el carácter de esta lucha sociopolítica. Es perezosa porque de esa
manera tranquiliza el no seguir escarbando en las características y en los
orígenes de tal movimiento. Tres cuartos de lo mismo podemos decir con motivo
del movimiento del 15 M .
Echemos
mano a la memoria: todavía hay gentes de pluma que insisten en el carácter
espontáneo de aquel movimiento que fue Comisiones Obreras a mediados de los
años sesenta. Sin embargo, yendo a lo concreto, los metalúrgicos de Madrid
sabían del compromiso de Marcelino Camacho y del joven Julián Ariza, entre
otros; en las grandes empresas y talleres sevillanos se hablaba de Fernando
Soto y Eduardo Saborido (a quien llamaban cariñosamente el Canijo); en
Barcelona los trabajadores textiles y de la Construcción conocían
a Agustí Prats y Luis Romero; y en Blanes –sin ir más lejos-- se hablaba de la familia Antequera y de su pater familias, Paco. Todos ellos
herederos de otros grandes movimientos espontáneos
de antaño como los Ciompi
florentinos,
con Michele de Lando a la cabeza y las luchas napolitanas de mediados del siglo
XVII a cuyo frente estaba el gran Masaniello.
A mi juicio
existe –conscientemente o no-- una
confusión entre «espontaneismo» y «no jerarquización». Toda lucha social tiene
detrás unos inspiradores, impulsores, animadores o como se les quiera llamar. Es
un grupo que convoca qué día, a qué hora y en qué lugar debe producirse el encuentro de la multitud a la que se llama.
Cuestión diferente son las características “orgánicas”, convencionales o no, de
ese grupo; y, por supuesto, es cosa diversa la orientación posterior que tomen
tales grupos inicialmente inspiradores del conflicto espontáneo.
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