Es
una lástima que la palabra «suripanta» haya caído en desuso. Cuando yo era niño
chico santaferino, en la Vega de Granada se utilizaba con frecuencia. Sin ir
más lejos, en mi casa siempre se dijo que B* era una suripanta. O
sea, una mujer despreciable y ruin. Para los hombres se reservaba, en igualdad
de condiciones, como un «ejfaratao»; es decir, por lógica de la evolución del
lenguaje, un desbaratado.
Pena,
como digo, que se hayan perdido tan expresivos vocablos.
Pues
bien, yo entiendo que la Presidenta del Parlament de Cataluya es la mayor
aproximación posible a las cualidades de suripanta. Ustedes conocen que esta señora
ha decidido que se suspende toda actividad parlamentaria durante dos días. Sabe
lo que se hace porque los letrados se lo han advertido. Ojito con lo que haces,
puedes acabar en la cangrí. Los motivos suripantescos de doña Laura Borràs (que así se
llama) están en su rechazo a la desposesión de un diputado de la CUP por la
Junta Electoral Central.
Distintos
analistas hablan de profundo error, de otro disparate del independentismo, de
más madera retórica para que se empalme el amorcillado ánimo secesionista.
Pues, no: por ahí no van las cosas, entiendo yo. Si aplicamos el mandamiento de
la navaja de Occam –siempre la hipótesis más
sencilla-- caeremos en lo siguiente: lo que
quiere la Borràs es que la emplumen para que se entierre su cuenta pendiente
con la Justicia por corrupción, por choricilla, y no de Cantimpalo. De esta
manera –tal como enseñaba la copla de Pepe Marchena--
«la mancha de la mora con otra verde se quita».
Vamos,
tres cuartos de lo mismo del ardor guerrero y viajero de ese borrachuzo
convicto y confeso que es Boris Johnson. Así pues, no me sean ingenuos: la contumacia
de Borràs tiene otra explicación que la dada por sesudos analistas políticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario