Desde
que Pablo Casado se
hizo con la dirección de su partido tengo la impresión que, en efecto, parece
que se ha producido una cesura radical con los anteriores grupos dirigentes. ´Antes´,
la dirección procuraba velis nolis
ser un partido con un aproximado barniz europeo; ´antes´, la dirección hacía
esfuerzos por representar a las clases empresariales. Ahora, el pintoresco
grupo dirigente del partido rompe todas las convenciones sobre las relaciones
de España con la Unión Europea, y si reiteradamente denuncia la gestión española
de los fondos estructurales con la respuesta siempre contraria de Bruselas,
quiere decir aristotélicamente que Casado o no se fía de ellos o cree que le
están mintiendo. A cada denuncia del PP, Bruselas responde, más o menos, que ´por qué no te callas´.
Con
todo, lo más llamativo para mi paladar es que nadie sabe qué intereses y qué clases
o grupos sociales defiende el grupo dirigente del PP. Desde luego, no al empresariado
ni a la empresa española, siendo esa ausencia de representación muy llamativa
en las burguesías periféricas. Hoy por hoy me arriesgo a afirmar, sin
tartamudeo alguno, que la burguesía española no está representada por los
partidos de la taberna y la caverna.
Casado
y sus atalajes (me estremezco ahora sabemos que el diputado Casero --«Dios mío, la que
he liado»-- es la mano derecha de Teodorico) no
representan clases, sino grupos e intereses invertebrados, y desde Gramsci sabemos que «una masa no se ´distingue´ y no
se hace ´independiente´ sin organizarse». Por lo que el Partido Popular de estos días no
es estos días ni siquiera el de Rajoy. Es
una partida de ideas gaseosas con un sólo hilo conductor: todos contra este
gobierno de comunistas, independentistas y demás islas adyacentes; todos contra
este gobierno; todos contra la tabla de logaritmos.
Es
cierto que el tiempo cura todas las heridas, pero el quilombo de esos
caballeretes de la calle Génova contra
la CEOE tardará un poquito en cicatrizarse. Y es que Casado, Teodorico y Casero
se están enfrentando contra demasiada gente y al mismo tiempo. Demasiada
arrogancia ignorante.
Lo
que me recuerda mis años mozos. Yo repetía petulantemente en casa: «Hay que
luchar contra todos los monopolios». El maestro confitero Ferino Isla, -- en la foto-- mi padre adoptivo, contestaba:
«Sí, pero uno después de otro; no tós
al mismo tiempo». Reformismo fuerte.
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