He
perdido la cuenta de los libros, artículos y folletos que hablan, con mayor o
menor acierto, de la crisis de la izquierda. Pero no recuerdo cuándo se publicó
algo sobre la crisis de la(s) derecha(s). Y si he de ser más explícito diré que
pocos –se pueden contar con los dedos de media mano— han abordado la crisis del
Partido Popular y de
las derechas españolas. Me dispensarán
si les recuerdo que me refiero a la «crisis», no a las querellas internas de
partido, que son una expresión más –pero no toda-- de la crisis de proyecto y de representación.
Se
dijo que la convención itinerante del PP había cerrado los problemas internos y
consolidado el liderazgo de Casado.
Falso, ninguna convención o congreso soluciona nada que no haya sido resuelto
previamente. Por lo demás, nada de las grandes ausencias del partido ha sido
abordado, porque tales excusiones tenían un solo objetivo: contrarrestar el
aliento de la señora Ayuso.
Y algo más: abrir un oficioso proceso electoral. La convención, además, ha tenido
dos sonoros patinazos con la presencia del convicto y confeso Sarkozy, alabado como
modelo de gestión, y la descomposición intelectual de Mario Vargas Llosa.
Es
como si hubiera una imposibilidad –al menos por ahora, sin saber cuánto durará-- de que en España exista una derecha que haga
política con punto de vista fundamentado. La que fue nave—Ciudadanos se ha
convertido en un chinchorro, que hace aguas. De manera que por ahí tampoco
vendrá un proyecto de nacimiento de la derecha que haga política.
Lo
verdaderamente chocante es que no salga ninguna voz –tampoco de los moradores
del cementerio de los elefantes— que ponga el grito en el cielo tras las
últimas deposiciones de Casado: «España está en quiebra». No lo dice impasible
el además, sino sonriente, como quien se alegra. Seguidismo de Vox, que –viendo que Casado
le sopla en el cogote—arremete contra Europa, las Naciones Unidas y los cuatro puntos cardinales de la rosa de los
vientos.
Mientras
exista esta derecha estaremos sumidos en la gran zahúrda nacional. Sir Winston, De Gaulle y Alcide de Gaspari se
harían cruces viendo este esperpento.
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