No
es aventurado afirmar que ayer murió el procés.
Esquerra y los post
post post convergentes no votan en el Parlament a favor de la propuesta de la CUP que pretendía la
convocatoria de un referéndum unilateral por la independencia de Cataluña en
esta legislatura. Podría decirse que el poder de intimidación de la CUP está en
crisis, tal vez definitiva. Se puede decir que ella propició la caída de Artur Mas, impuso a Carles Puigdemont como
primer jerarca de la Generalitat e inspiró, con su política de chantajes, todo
el confuso itinerario político catalán de los últimos años. Ayer la CUP se
quedó sin plumas y con escaso cacareo.
Que
Esquerra y los post post post convergentes hayan congelado –no eliminado-- el referéndum unilateral significa que el procés es ya un cadáver y que la CUP ha
dejado de ser lo que era. Nueva situación, pues, en Cataluña. Es lo que temía
el hombre de Waterloo, se lo veía venir; de ahí que montara la zapatiesta en
Cerdeña para volver a ser polo de referencia y mantener las esencias del procés. Al final todo ha quedado en agua
de borrajas: Puigdemont ya no tiene quien le escriba. Y es que, como señala hoy Màrius Carol, el 75 por ciento de los catalanes
considera que el procés ha resultado
un fracaso.
Estupor también en la convención del nuevo—viejo Partido Popular: los mismos catalanes se están librando ellos mismos del procés.
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