El lema de este blog es: "Nada curo llorando y nada empeoraré si gozo de la alegría" (Arquíloco).
martes, 22 de marzo de 2016
O control del trabajo o más accidentes mortales
Ayer hablamos, y nos dejamos algunas
cosas en el tintero, de que Se ha disparado la siniestralidad laboral. Tan solo nueve
líneas en La Vanguardia como si la cosa fuera lo más natural del mundo. Como si
esa invisibilidad de los accidentes mortales en el ecocentro de trabajo fueran
el diezmo natural que se debe pagar por incremento del producto bruto de la
economía del país. Lo confesamos: no abundamos más en el tema porque no
queríamos que nadie –leyendo por lo derecho o en diagonal-- se perdiera el mensaje. Ahora, cuando no
hemos visto todavía reflexión alguna por parte de nadie –nos disculpamos ante quien
lo haya hecho— volvemos tozudamente ante
el tema.
El dador de trabajo tiene por ley el monopolio de la
fijación de la organización del trabajo por ley. El sindicalismo no le
corresponde el uso de ello sino la construcción de una alternativa al abuso. La
diferencia ente el uso y el abuso es evidente. Luego, es a la contraparte a
quien hay que pedirle las responsabilidades básicas de la eliminación y
remoción de las causas y efectos del ecocentro nocivo de trabajo.
Al igual que Pereira sostengo que la contraparte no está en
condiciones de ver las causas de la siniestrabilidad del centro de trabajo. Lo
diré sin pelos en la lengua, y de paso le desafío a demostrar que miento. El
dador de trabajo externaliza el coste de cada accidente a los sistemas públicos
del welfare, sabiendo que, como hemos dicho, es el único responsable del diseño
de los sistemas de organización del trabajo.
Más todavía, es el dador de trabajo quien se opone, tan tozuda como
intransigentemente, a que la representación social negocie poderes reales de
control contra la nocividad del ecocentro de trabajo.
Pues bien, o se corrige esa asimetría o no habrá solución
que, aunque parcial, podrá ser un avance
a un problema tan grave como es el que estamos comentando. Que, además
tiene el inconveniente de su invisibilidad. De una invisibilidad con la
intención de quedarse definitivamente.
Dispensen ustedes, no quiero ser cenizo, pero no tengo más
remedio que preguntar a quienes nos dicen que quieren gobernar en la piel de
toro: Oigan, perdonen la impertinencia, ¿tienen previsto algo sobre el
particular? Lo preguntamos por dos motivos: por el luto que provoca la
siniestralidad y por los costes que se endosan y externalizan al Estado por
esos accidentes de trabajo? Respondan, pues, sin chicoleos.
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